La última trinchera
No se trata de una evidencia, sino de
una sensación, de algo que me transpira por la piel y consigue que
se me erice. Surge en parte de la razón y en parte de la emoción,
del conocimiento acumulado a lo largo de los años a través de miles
de lecturas y de las experiencias vividas, tanto en lo personal como
en lo profesional.
La impresión que tengo es que el
periodismo tal y como me lo enseñaron en la facultad y lo he
practicado a lo largo de tres décadas se ha convertido en la última
trinchera de la palabra y que si fracasa en este momento histórico
no sólo habrá fracasado como forma de comunicación crítica e
inteligente de hechos relevantes de interés para la ciudadanía,
sino que habrá fracasado también la democracia como un sistema de
organización social que trata de ser justo y equitativo.
Esto no significa que no pervivan otros
espacios desde los que se va a seguir combatiendo contra la
ignorancia, la mentira y la desinformación, como son los libros,
pero esa lucha no se hace desde una trinchera, sino a través de
organizaciones parecidas a una resistencia que se opone a una especie
de invasión zombi, como en el caso de la investigación científica,
o a modo de francotirador solitario, desde la literatura o desde
cualquier otra de las bellas artes.
Los periodistas no somos perfectos,
sino más bien todo lo contrario. Tenemos muchos defectos, somos
bastante anárquicos y, en general, sabemos muy poco acerca de
estrategias militares. Por eso, en la trinchera del periodismo no
siempre estamos protegidos, ni disparamos de manera organizada
nuestras palabras contra quienes quieren acabar o limitar la libertad
de expresión, sino que dejamos que entren infiltrados, que creemos
que vienen a apoyarnos y en realidad vienen a dinamitar la profesión
desde dentro.
Actualmente, en la trinchera nacional
del periodismo disparamos con la denominada 'pólvora del rey' o con
salvas de bienvenida a los enemigos de la libertad de expresión,
mientras que destinamos la munición más pesada para descalificarnos
entre nosotros en tertulias y debates de la más baja estofa, donde
la realidad queda marginada, mientras se discute sobre el denominado
'relato', es decir, si la versión buena de la ficción que
escenifican pertenece al gobierno o a la oposición.
Por eso no resulta extraño ver a
periodistas desarrollar en sus artículos e intervenciones en radio y
televisión los mismos argumentarios que esbozan los políticos desde
las tribunas de oradores, en entrevistas, comparecencias públicas y
ruedas de prensa, para luego aparecer en informes judiciales
elaborados por subjetivos miembros de las fuerzas y cuerpos de
seguridad del Estado.
Desde hace unos días periodistas y
políticos, unos a otros o entre ellos mismos, de manera directa o
cruzada, se descalifican a cuenta de los ceses ordenados por un
ministro. Desde la distancia, este periodista ultraperiférico medio
retirado no ha encontrado más que retazos de veracidad en algunas
informaciones y opiniones, pero nadie quiere entrar en el fondo de la
cuestión: el gobierno porque la realidad le desborda y no quiere
iniciar una nueva batalla y la oposición porque no le interesa dejar
respirar a un ejecutivo asfixiado (como si fuera un policía blanco
que pone la rodilla sobre el cuello de un detenido negro en
Minneapolis) y porque cree que esa realidad le beneficia.
Pero ¿y los periodistas? ¿Hacemos
bien nuestro trabajo? ¿Estamos fiscalizando lo que hacen el resto de
poderes o simplemente aparentamos que lo hacemos? ¿No deberíamos
contar a la sociedad lo que sucede? Porque si los periodistas sólo
aparentamos ser independientes y éticos, creo que hacemos un flaco
servicio a la sociedad.
Hay quien cree que el periodismo y los
periodistas no somos tan importantes para la democracia y para ese
planteamiento tengo una respuesta: como casi todo en esta vida,
depende. Y depende, sobre todo, del estado de la democracia.
Personalmente, pienso que el periodismo es el termómetro de la
democracia, somos como una prueba básica e indolora de diagnostico y
cuando se produce un 'calentamiento global' del periodismo, eso
significa que la democracia enferma. Y el calentamiento actual, desde
mi punto de vista, sobrepasa lo saludable e, incluso, lo
inimaginable.
La mayoría de los sistemas
democráticos actuales son herederos de una propuesta enunciada a
mediados del siglo XVIII por Charles Louis de Secondat, señor de la
Brede y barón de Montesquieu, basada en la división de poderes en
ejecutivo, legislativo y judicial. Aquí no aparece el periodismo
como cuarto poder ni nada que se le parezca, sin embargo, los
primeros periódicos diarios impresos comenzaron a aparecer ese siglo
en Inglaterra y España, aunque la difusión de noticias sobre papel
ya se venía haciendo en Europa desde el XVII, ya fuera en gacetas
semanales o en otras publicaciones sin una periodicidad concreta.
A lo largo de la historia a los
gobernantes de la Península Ibérica se les ha dado mal la división
de poderes, en comparación con los países de tradición anglosajona
o Francia. Tanto a España como a Portugal les costó implantar
sistemas democráticos hasta el último cuarto del siglo XX. A
diferencia de Portugal, donde hubo un Golpe de Estado seguido por una
de las pocas revoluciones pacíficas que han tenido éxito en el
mundo, en España se desarrolló una transición desde un poder
único, grande y libre de fiscalización a otro con un sistema donde
los poderes legislativo y ejecutivo quedaban en mano del partido o
coalición que ganaba las elecciones, mientras que el judicial
quedaba en mano de los funcionarios, jueces y magistrados que
ejercían durante la dictadura, con alguna intervención política
posterior en los nombramientos de las altas esferas, para, en teoría,
ir modernizando la judicatura.
No era el sistema perfecto, ni de
lejos, pero fue el acuerdo político que pudo alcanzarse en aquellos
momentos, cuando destacados miembros del ejército y de las fuerzas y
cuerpos de seguridad del Estado no dejaban de amenazar y organizar
tentativas de Golpes de Estado, una de las cuales se llevó a cabo
sin éxito el 23-F. Con la victoria del PSOE en 1982 y la posterior
firma del Tratado de Adhesión a las Comunidades Europeas en 1985,
las élites políticas y económicas se modernizaron, se elevaron los
niveles económicos, sociales y educativos de la población, pero
algo no cambió dentro de algunos sectores.
Durante la etapa franquista,
organizaciones ideológico-religiosas jerarquizadas y nada
democráticas prosperaron, se expandieron por toda la geografía
nacional, dictaron como debía adoctrinarse a los habitantes del país
y consiguieron situar a las personas que formaron en sus centros
educativos y universidades no sólo en altos puestos de la
administración pública, la judicatura y las grandes empresas, sino
que también ayudaron a colocarlas en los cargos intermedios de
instituciones y empresas, con la consigna de 'creced y multiplicaos'
y recordad siempre el lema 'hoy por ti, mañana por mí'.
Ese proceso ha continuado durante las
últimas décadas, sólo que el poder de esas personas en las altas
esferas políticas se reduce a los tiempos en los que gobierna la
derecha, mientras que los cargos intermedios se perpetúan en sus
puestos y ayudan a que estas organizaciones sigan prosperando en la
actualidad. La crisis financiera de 2008, el movimiento del 15-M y la
posterior aparición y éxito electoral de Podemos hacen sonar todas
las alarmas de estas organizaciones y deciden contraatacar
aprovechando toda la estructura de altos, medianos y pequeños mandos
de que disponen en todas las esferas de la sociedad, incluido el
periodismo, lo que viene a agravar los problemas, no a solucionarlos.
Una
democracia, por muy perfecta que sea en su división de poderes, si
está trufada o mechada en todos ellos con el mismo virus de la
intransigencia, de la intolerancia y del odio al diferente (recuerden
el Tercer Reich) se acaba convirtiendo en algo muy poco democrático.
Libertad, igualdad y fraternidad eran palabras inseparables en la
Revolución Francesa y ya que en este país tampoco nos salen bien
las revoluciones como a nuestros vecinos franceses o portugueses,
quizá sea el momento de probar en el periodismo de ámbito nacional
algo que funciona en los medios locales, como es el periodismo de
concordia.
Porque se puede hacer crítica sin
insultar y revelar errores e injusticias sin agredir verbalmente a
quien los comete; se puede suscitar el interés sobre la realidad sin
adulterarla; se puede argumentar con datos y hechos y no con
suposiciones, mentiras o medias verdades, y se pueden tejer titulares
atractivos con algo más que hilillos de veracidad, sobre todo en un
escenario económico y social tan incierto como el que plantea la
pandemia de la COVID-19. Igual soy un pobre ingenuo o iluso, pero
espero que los que están intentando pescar en río revuelto acaben
por perder y no salgan ganando otra vez. Sería toda una lección de
democracia.
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