Tres horas mágicas de literatura


En ocasiones ocurre que el tiempo se detiene para unos, mientras que para otros se acelera o simplemente sigue con su cotidiano conteo humano irreal por fracciones mecánicamente seguidas por las manecillas de un antiguo reloj.

Eso nos sucedió la tarde-noche del domingo 10 de noviembre de 2024 a una veintena de escritores que nos dimos cita en el Ateneo de Madrid para presentar allí el cuarto número de la revista literaria Piel de Letras, uno de los actos del III Encuentro Internacional PIEL. Se trataba de una excusa como otra cualquiera para poner en común nuestra creatividad individual, compartir textos, experiencias, ideas, sentimientos y emociones.

Aquello podía haber terminado como un choque de galaxias literarias, ya que, si seguimos la estructura de una crónica deportiva, estaba, por un lado, el equipo local Poetas en El Retiro, que recibía como visitante al combinado de la Plataforma Independiente de Escritores Libres, un indisciplinado y correoso grupo heterogéneo de autores de diferentes nacionalidades sin táctica ni estrategia colectiva, una especie de Harlem Globetrotters de las letras que siempre intenta dar al público un buen espectáculo con mucho contenido, tanto intelectual como emocional.

No voy a detallar aquí las alineaciones de cada equipo, porque ya estoy mayor y sería muy injusto que me olvidara de alguno de los participantes, porque todos, sin excepción, estuvieron brillantes y entregados (disculpen quienes no estén conformes con el uso del plural en masculino para incluir a las mujeres, pero soy hombre y si una mujer me englobara en un plural femenino también me sentiría identificado). Pero en aquel escenario no hubo dos bandos enfrentados que compiten en busca de una victoria pírrica o moral para satisfacer inseguridades y creer que los textos de unos son mejores que los de otros.

Allí hubo una humanodiversidad crativa y literaria maravillosa y mucho talento fundido en palabras, como se fundía en tiempos no tan lejanos el plomo para moldearlo y hacer las planchas que luego se impregnarían de tinta para plasmar las frases y párrafos sobre el papel que daba vida a libros, periódicos y revistas. Hoy la tecnología ha cambiado, pero los escritores seguimos reciclando palabras viejas para dar forma a nuevas creaciones intensas o sosegadas, pero siempre sensitivas y singulares, a la vez que cómplices y participativas.

Dicen los presuntos expertos que escriben crónicas deportivas que lo que pasa en el terreno de juego allí se queda, pero creo que aquellas tres horas de magia literaria van a trascender en el espacio y en el tiempo. Y podían haber sido más horas si no hubiera sido por la humana necesidad de ir al baño (el reloj biológico es el que no perdona el paso del tiempo planetario) y el temor a que llamaran a seguridad para echarnos de la sala o nos dejaran encerrados sin luces en aquel magnífico edificio dedicado a difundir las artes y el conocimiento.

No hubieron rivales, no hubieron contendientes: hubo un único grupo de personas que se abrazaron a través de sus voces y que compartieron el sólido sentimiento de que la palabra es una herramienta expresiva eficaz para unir emocionalmente a los diferentes, que somos todos: nosotros y losotros (no es errata, es intencionado).


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