La guerra de los clones


Aunque pueda parecer lo contrario, este artículo no tiene nada que ver con alguna película de la saga de la 'La guerra de las galaxias', ni transcurre dentro de una sociedad futurista. Está sucediendo ahora, dentro del marco de las redes sociales y afecta a los usuarios de éstas, sobre todo a los que tienen o quieren más 'amigos' o seguidores.

Los protagonistas de esta historia son dos reputados periodistas de cierta edad, aunque podrían ser bastantes más los afectados, con algunos miles de contactos en Facebook, entre los que me encentro. Hace poco, aparentemente ambos me enviaron sendas solicitudes de amistad desde nuevos perfiles, lo que me resulta extraño, aunque tampoco inverosímil, ya que esta red social tiene la política o el imperativo tecnológico de no permitir que alguien acapare demasiados 'amigos'. El mismísimo cantante brasileño Roberto Carlos puede tener cerca de seis millones de seguidores, pero no el millón de amigos que quería tener a finales de la década de los 80, cuando compuso uno de sus mayores éxitos musicales.

En los nuevos perfiles de ambos compañeros de profesión compruebo que carecen de muchos datos y fotos que sí comparten en la cuenta con la que había establecido la primera vinculación. Pero lo que más me llama la atención es que no tienen publicaciones propias, sino que todas pertenecen a otros autores, la mayoría de carácter viral o comercial.

Lo que me preocupa es que esos nuevos perfiles ya tienen muchos amigos reales que compartimos y que pertenecen al mundo de la comunicación, que no se han cuestionado si las personas que dicen ser han abierto o instado a abrir las nuevas cuentas. Simplemente aceptaron la solicitud de amistad que se les enviaba, sin dudar sobre su procedencia.

Como no podía ser de otra manera, me pongo en contacto con los afectados y ambos me confirman que no han abierto los nuevos perfiles o cuentas y que no tienen conocimiento de que nadie de su entorno familiar o laboral lo haya hecho. Ambos me piden que denuncie el hecho a la red social para que elimine esos nuevos perfiles que les suplantan, pero cuando lo hago me responden que “la cuenta no infringe las normas comunitarias de Facebook”.

Intuyo que lo que subyace detrás de estos clones suplantadores es un próspero negocio que utiliza a periodistas y líderes de opinión para generar confusión sobre sus opiniones reales e inflar el globo de las redes sociales. Cada uno de mis amigos periodistas tiene dos clones y si la red social dice que tiene más de dos mil seiscientos millones de usuarios y vive de la publicidad que le vende a éstos, supongo que no cobrará lo mismo a los anunciantes que si los usuarios reales son sólo un tercio de los que dice tener.

Algunas empresas contratan a especialistas en separar la paja del grano en las redes sociales para que no les engañen respecto a la publicidad que desean difundir, mientras que otras ofrecen a las personas que quieren ser populares tener a miles de clones como amigos para generar ingresos por ser capaces de influir en decenas o centenares de miles de personas. Se trata de la profesión del momento: influencer o prescriptor, en español. Lo que no sabemos es si éstos llegan a influir realmente en la gente, salvo que nos hagamos más amigos de los clones que de las personas reales, lo que también está sucediendo, ya que compruebo que algunos de mi amigos han escogido compartir mensajes, vídeos, fotos y felicitaciones con el clon antes que con el amigo real.

Los usuarios de las redes sociales tampoco somos perfectos. Conozco a periodistas que crean cuantas con seudónimos, también denominados trolls, para poder opinar libremente lo que no resulta oportuno decir en su entorno laboral, familiar o social. Por no hablar de los 'haters' u odiadores de twitter, individuos muy pacíficos, entrañables y 'buenrollistas' en la vida ¿real? pero que se convierten en auténticos monstruos en su vida virtual.


Lo que me pregunto es si las redes sociales y las empresas que las sustentan no son una de tantas burbujas que se generan dentro del actual sistema económico liberal y que cuando se pinche va a quedar muy poco de cuanto hayamos dicho o hecho dentro de ellas, como esas estructuras de viviendas abandonadas a medio construir que pueblan nuestro paisaje cotidiano. Aunque, mientras tanto, habrá que convivir con ellas, pero con inteligencia, poniendo límites y distancias, tomando las precauciones que cualquiera con sentido común establece ante la proximidad de alguien tóxico, violento o peligroso.

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