Democracia genocida

Quizá fui educado de manera incorrecta. Quizá formulé preguntas poco adecuadas y, a falta de palabras convincentes, busqué respuestas en los clamorosos silencios. Puede que mis percepciones de la realidad fueran poco nítidas o confusas y me condujeran a error. Pero nunca pensé que los ideales que me intentaron inculcar fueran, desde el momento de su formulación, una patraña. Que la libertad, la igualdad y la fraternidad no significaran lo que anunciaban, enunciaban y denunciaban y nos impulsaran a ser mejores, sino que se trataba de falsedades que encubrían oscuras intenciones. Que detrás de los principios democráticos se escondía lo peor del ser humano, que ahora se manifiesta a plena luz y con orgullo, como la base de la civilización actual. Que los derechos universales no lo son tanto, en función del territorio y de los intereses de unos pocos.

Cuadro de 1830 pintado por Eugène Delacroix titulado "La libertad guiando al pueblo" que se expone en el museo del Louvre de París, Francia.

Así fue desde la Revolución Francesa (ajusticiamiento de líderes como Robespierre para culminar con el golpe de Estado de Napoleón Bonaparte) y desde la proclamación de independencia de la gran potencia que emergió del vasto imperio pluricontinental. "We, the people" (Nosotros, el pueblo) escribieron en su constitución, pero se referían a ellos, a los blancos criollos con antepasados en el vetusto y desangrado continente, no a los indígenas obligados a ceder su territorio, ni a los esclavos que tarjeron de África para sus sucios negocios tejidos con sangre de suave algodón, ni tan siquiera a los inmigrantes de tantos lugares que buscaban una oportunidad para dejar de ser pobres y que, en su mayoría, morían en el intento. El éxito de alguno de estos últimos en la lotería amañada de la fortuna era celebrado como el éxito de toda una sociedad virtuosa, pero también se trataba de una mentira: siempre triunfaba el peor. Así, generación tras generación, hasta que los más malvados bendecidos y aclamador como los mejores concentraron todo el poder y convencieron con nuevas falsedades a la gente para que eligiera a candidato idóneo para proteger y ampliar sus turbios negocios sin importar el coste en vidas humanas y no humanas.

En la nueva Era Tecnológica que acaba de comenzar, y que espero sea breve, se produce una cruel paradoja: Algunos de mayores genocidios proceden o son provocados por las élites de sociedades presuntamente democráticas, mientras que sociedades calificadas por éstas como dictaduras proporcionan mejores servicios y calidad de vida a sus ciudadanos.

Los valores democráticos parecen haberse convertido en una coartada, pero deberían ser un sentimiento compartido, la esencia de una civilización que ahora parace una mala caricatura a partir de los trazos que comenzaron a dibujarse tras el gran desastre de dos guerras mundiales y el estallido de dos bombas atómicas lanzadas por una democracia sobre la sociedad civil de una dictadura.

Desde la perspectiva actual, todo lo creado entonces no parece más que publicidad y propaganda engañosas y las mentiras son como los bumeranes, que siempre vuelven hacia quien los lanzó. Puede que no las apreciemos tras la densa nube de desinformación, o quedemos cegados por las coloridas pantallas que emiten continuos y vistosos productos de adoctrinamiento y distracción, pero sus perjudiciales efectos individuales y colectivos van a ser los mismos aunque no los queramos o sepamos ver.

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