Cuestión de inteligencia
Dicen que uno de los primeros signos de
inteligencia es el reconocimiento de la inteligencia en los demás y
en todo aquello que la rodea. Quizá por eso, desde hace miles de
años, la mayoría de los humanos ha creído en la existencia de seres
sobrenaturales, dotados de una inteligencia también sobrenatural y
de la capacidad de destruir todo lo que éramos capaces de construir
o de interceder a nuestro favor a través de una caprichosa suerte.
Para algunas culturas antiguas esa
inteligencia se manifestaba en deidades de apariencia humana dotadas
de superpoderes, que se situaban por encima de la sociedad de la
época y la vigilaban, aunque a ratos, porque ellas también tenían
su vida y sus líos, como en cualquier 'reality show' contemporáneo.
La tradición judeo-cristiana-musulmana, que es la que más creyentes
congrega en la actualidad, unificó a esos dioses en uno solo, creado
también a imagen y semejanza del ser humano, aunque la doctrina
cristiana también afirma que ese dios único se diversifica en una
misteriosa santísima trinidad: padre, hijo y espíritu santo. Sin
embargo, otras culturas ancestrales no humanizan aquello que ven o
sienten pero no comprenden, sino que lo atribuyen a fuerzas, energías
o espíritus de origen natural o cósmico que también están
presentes en las personas.
Personalmente, cuando observo la
naturaleza del planeta aprecio muchos comportamientos inteligentes
tanto en animales como en plantas, sobre todo en lo que se refiere a
sus estrategias de supervivencia. Los ejemplares de cualquier especie
más o menos compleja tienen claro que no van a vivir indefinidamente
y tratan de perpetuarse engendrando nuevos seres un poco mejor
adaptados que ellos a su cambiante entorno, en base a su experiencia
y a unos pocos principios elementales, como la competencia, la
cooperación y el aprovechamiento de los recursos disponibles.
Cuando contemplo por las noches el
firmamento me pasa más o menos lo mismo: los planetas de nuestro
Sistema Solar, la Vía Láctea y las diferentes constelaciones no me
parecen que estén ahí fruto del azar, sino que todo el universo
visible y conocido conforma un sistema de organización y de
aprovechamiento inteligente de la materia y de la energía que forman
parte de nuestro funcionamiento cotidiano.
Igual esa inteligencia no es más que
tiempo o experiencia acumulada (unos 13.700 millones de años
terrestres según los cálculos científicos) en un devenir de
aciertos y errores, donde el éxito no siempre es un acierto y un
error puede amplificar o corregir otro. Sea como fuere, el resultado
es lo que hoy tenemos a nivel planetario o cósmico y donde el
conocimiento de ese pasado y sus reglas de funcionamiento pueden
ayudarnos a sobrevivir en el futuro, salvo que nuestra misión como
especie sea extinguirnos, como la mayoría que han pasado por este
planeta, para dejar sobre la Tierra y enviar al espacio-tiempo a
otros tipos de seres aún no creados, que sean menos dependientes del
entorno físico dentro del que tienen que evolucionar y que no tengan
una obsolescencia programada como las formas de vida conocidas.
Mientras llega ese momento ¿qué
estamos haciendo? En la práctica y desde una perspectiva
estadística, la subespecie autodenominada homo sapiens sapiens (una
de nuestras virtudes no es la modestia) ha destruido y está
destruyendo un elevado porcentaje de los ecosistemas inteligentes
existentes antes de su masiva propagación por continentes e islas. Ha
sustituido el sistema de aprovechamiento natural de los recursos por
un sistema de explotación mecánico-industrial de éstos, para crear
una civilización consumista que crece sin parar de manera
inconsciente y poco inteligente, como la población mundial, todo
ello dentro de un planeta limitado.
El problema es tan grave que algunas de
las mentes más privilegiadas sugieren que tenemos que emigrar al
espacio, para colonizar otros planetas y, posiblemente, hacer lo
mismo que con la Tierra: devastarlos. En el improbable caso de que
seamos capaces de realizar un viaje de varios años, quizá décadas,
por el espacio y adaptarnos a un nuevo planeta similar al nuestro sin
cambiar nuestra morfología actual ¿merece la pena ir de planeta en
planeta depredando la vida que encontremos a nuestro paso? ¿Queremos
ser los humanos los destructores de cualquier forma de vida
inteligente que no sirva a nuestros propósitos expansionistas?
Lo que sabemos hasta ahora es que la
vida puede viajar por el espacio en formas relativamente simples, como
semillas, esporas, líquenes y algunos microorganismos capaces de
soportar radiaciones letales y una prolongada ausencia de energía y
de nutrientes. Además, las fuerzas gravitacionales son diferentes en
cada planeta de nuestro sistema solar y todo parece indicar que
sucede lo mismo en otros sistemas planetarios que giran en torno a
una estrella.
Nuestro cuerpo y nuestra mente están
adaptados a la gravedad de la Tierra, por lo que habrá que trabajar
mucho para que puedan soportar un largo viaje interestelar sin muchos
cambios (aunque todos los viajes cambian a los viajeros, incluso si
lo hicieran en un estado de coma inducido como se escenifica en
algunas obras de ciencia ficción) y luego adaptarse a la gravedad y
a las condiciones ambientales del nuevo planeta, porque vivir
confinado sobre su superficie en una estructura protectora de la que
no se pudiera salir sería como ir a una cárcel.
Más que tratar de huir como cobardes,
lo inteligente y lo valiente consiste en apostar por seguir viviendo
en el planeta que nos vio nacer y que nos ha configurado como somos,
con muchos defectos y unas pocas virtudes. Ya no podemos conservarlo
como lo encontramos al principio de nuestra historia, pero podemos
tratar de reconstruirlo de una manera inteligente y organizada por
nuestro propio interés y por nuestra propia supervivencia. Y hay que
comenzar ya, antes de que sea demasiado tarde y la inteligencia
natural previa a nuestra existencia como especie considere a la
humanidad un error, un proyecto frustrado que acabará por corregir
como lo hace siempre: con el inexorable paso del tiempo.
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