Harano: Elecciones (tiempo de elegir)
El 24 de mayo de 2015 hemos sido convocados a participar en unos comicios de carácter municipal y autonómico, que han suscitado, en principio, mayor interés que los celebrados cuatro años atrás dentro del mismo ámbito, debido a la irrupción de nuevas fuerzas políticas, las cuales, si consiguen la representación que les atribuyen las encuestas previas, modificarán sustancialmente la composición de plenos y parlamentos.
Como ya se puede apreciar en Andalucía, no se trata sólo de simples cambios de personas o de siglas, sino de otro tipo de transformación, hasta el punto que las decisiones o los apoyos no son ya un sencillo trámite a negociar, sino que han pasado a ser incluso una cuestión de honor.
El honor nos puede parecer un término decimonónico, porque en las últimas décadas había caído en desuso, en especial porque la sociedad se había dedicado a adorar al becerro de oro y quedó cegada por el brillo del éxito que conseguían aquellos que, sin ningún esfuerzo ni formación, acaparaban ingentes masas de dinero y, consecuentemente, de poder, lo que les convertía en ejemplo a seguir. Sus intrascendentes vidas pasaron a inspirar los anhelos y ambiciones de una buena parte de la población, que no se planteaba si emulándoles hacía lo correcto, sino simplemente si ese camino era el más rápido para alcanzar su misma notoriedad social.
Pero como en toda estafa piramidal, el castillo de naipes se vino abajo, con la sutil diferencia de que los que habían iniciado la débil estructura habían traspasado su carta-negocio a otro y, por tanto, habían obtenido ya sus beneficios cuando ésta se desplomó.
Por eso, ahora se nos presentan dos alternativas: Los viejos partidos que quieren reconstruir el castillo de naipes, con las cartas marcadas que siguen sobre la mesa, y los que quieren cambiar de baraja, aunque eso no garantiza que las nuevas cartas no se vayan a marcar a medida que se utilicen, ni siquiera que no vengan marcadas antes de abrir el precinto o que contengan más comodines de los previstos.
Los viejos partidos, sus sustentadores y sus entornos intentan convencernos de las bondades de su baraja, procediendo en estos días a asfaltar las carreteras que se habían convertido en pedregales hace años y tapar inoportunos baches, firmar vacíos acuerdos entre patronal y sindicatos de estabilidad laboral y mínimas subidas salariales, redactar decretos de apoyo a las familias, remitir al parlamento proyectos de ley para fomentar el trabajo autónomo y ponernos mirando a Londres, para que tomemos ejemplo de los cabales británicos (en cuyo país se inventó el sado-maso y desde donde vienen millones de súbditos cada año a nuestras costas a embriagarse y desmadrarse) en vez de los inconscientes griegos (no sea que se les ocurra reinventar la democracia y sigamos su estela 'autodestructiva').
Habrá a quien cambiar de bajara le pueda dar vértigo y producir temor (sobre todo si va ganando la partida), pero en unas elecciones locales y regionales se trata tan sólo de eso, no de cambiar de juego. Se va a seguir jugando al envite, al tute, a la escoba, al mus, a la brisca, al chinchón o al cinquillo; ni siquiera vamos a tener que desnudarnos en un strip-poker. Tampoco vamos a dejar de jugar a las cartas para pasar al dominó, al parchís, a las damas o (lo que sería sublime) al ajedrez.
Por eso tampoco entiendo el lenguaje ni las promesas de los nuevos y viejos partidos, porque pretenden hacernos creer que estamos jugando a otra cosa, cuando eso, si sucede, será en las próximas generales, previstas para la temporada otoño-invierno.
Lo que sí puede ocurrir es que, una vez celebradas estas elecciones municipales y autonómicas, en virtud de los resultados, y mientras esperan a las siguientes, algunos partidos decidan dedicarse a otros juegos, como el escondite, la gallinita ciega, la piola o alerta (el pañuelo), cuando no a otros que necesiten la presencia de volúmenes esféricos, como el billar o el futbolín.
Si me llamaran para participar en una encuesta para preguntarme a qué quiero jugar o a qué quiero que jueguen con mi voto, diría que me gustaría jugar con la baraja de las listas abiertas y de la transparencia: que pudiera entrar en la web del Ministerio del Interior o de la Junta Electoral y no sólo ver las listas, sino que pudiera pinchar con mi ratón sobre el nombre del partido o agrupación de electores para ver su programa y de donde proceden los fondos con los que realiza la campaña, y que también pudiera pinchar sobre cada candidato para conocer su trayectoria profesional y política, cuando la o las hubiere, junto a su declaración de bienes y sus compromisos personales con los electores, así como un teléfono y dirección de correo electrónico de contacto, donde pueda ser localizado en la campaña y, si sale elegido, durante el período de su mandato.
Igual esa baraja no existe, ni puede ser creada, pero mientras tanto nadie puede impedirme soñar con una utopía llamada Auténtica Democracia.
Como ya se puede apreciar en Andalucía, no se trata sólo de simples cambios de personas o de siglas, sino de otro tipo de transformación, hasta el punto que las decisiones o los apoyos no son ya un sencillo trámite a negociar, sino que han pasado a ser incluso una cuestión de honor.
El honor nos puede parecer un término decimonónico, porque en las últimas décadas había caído en desuso, en especial porque la sociedad se había dedicado a adorar al becerro de oro y quedó cegada por el brillo del éxito que conseguían aquellos que, sin ningún esfuerzo ni formación, acaparaban ingentes masas de dinero y, consecuentemente, de poder, lo que les convertía en ejemplo a seguir. Sus intrascendentes vidas pasaron a inspirar los anhelos y ambiciones de una buena parte de la población, que no se planteaba si emulándoles hacía lo correcto, sino simplemente si ese camino era el más rápido para alcanzar su misma notoriedad social.
Pero como en toda estafa piramidal, el castillo de naipes se vino abajo, con la sutil diferencia de que los que habían iniciado la débil estructura habían traspasado su carta-negocio a otro y, por tanto, habían obtenido ya sus beneficios cuando ésta se desplomó.
Por eso, ahora se nos presentan dos alternativas: Los viejos partidos que quieren reconstruir el castillo de naipes, con las cartas marcadas que siguen sobre la mesa, y los que quieren cambiar de baraja, aunque eso no garantiza que las nuevas cartas no se vayan a marcar a medida que se utilicen, ni siquiera que no vengan marcadas antes de abrir el precinto o que contengan más comodines de los previstos.
Los viejos partidos, sus sustentadores y sus entornos intentan convencernos de las bondades de su baraja, procediendo en estos días a asfaltar las carreteras que se habían convertido en pedregales hace años y tapar inoportunos baches, firmar vacíos acuerdos entre patronal y sindicatos de estabilidad laboral y mínimas subidas salariales, redactar decretos de apoyo a las familias, remitir al parlamento proyectos de ley para fomentar el trabajo autónomo y ponernos mirando a Londres, para que tomemos ejemplo de los cabales británicos (en cuyo país se inventó el sado-maso y desde donde vienen millones de súbditos cada año a nuestras costas a embriagarse y desmadrarse) en vez de los inconscientes griegos (no sea que se les ocurra reinventar la democracia y sigamos su estela 'autodestructiva').
Habrá a quien cambiar de bajara le pueda dar vértigo y producir temor (sobre todo si va ganando la partida), pero en unas elecciones locales y regionales se trata tan sólo de eso, no de cambiar de juego. Se va a seguir jugando al envite, al tute, a la escoba, al mus, a la brisca, al chinchón o al cinquillo; ni siquiera vamos a tener que desnudarnos en un strip-poker. Tampoco vamos a dejar de jugar a las cartas para pasar al dominó, al parchís, a las damas o (lo que sería sublime) al ajedrez.
Por eso tampoco entiendo el lenguaje ni las promesas de los nuevos y viejos partidos, porque pretenden hacernos creer que estamos jugando a otra cosa, cuando eso, si sucede, será en las próximas generales, previstas para la temporada otoño-invierno.
Lo que sí puede ocurrir es que, una vez celebradas estas elecciones municipales y autonómicas, en virtud de los resultados, y mientras esperan a las siguientes, algunos partidos decidan dedicarse a otros juegos, como el escondite, la gallinita ciega, la piola o alerta (el pañuelo), cuando no a otros que necesiten la presencia de volúmenes esféricos, como el billar o el futbolín.
Si me llamaran para participar en una encuesta para preguntarme a qué quiero jugar o a qué quiero que jueguen con mi voto, diría que me gustaría jugar con la baraja de las listas abiertas y de la transparencia: que pudiera entrar en la web del Ministerio del Interior o de la Junta Electoral y no sólo ver las listas, sino que pudiera pinchar con mi ratón sobre el nombre del partido o agrupación de electores para ver su programa y de donde proceden los fondos con los que realiza la campaña, y que también pudiera pinchar sobre cada candidato para conocer su trayectoria profesional y política, cuando la o las hubiere, junto a su declaración de bienes y sus compromisos personales con los electores, así como un teléfono y dirección de correo electrónico de contacto, donde pueda ser localizado en la campaña y, si sale elegido, durante el período de su mandato.
Igual esa baraja no existe, ni puede ser creada, pero mientras tanto nadie puede impedirme soñar con una utopía llamada Auténtica Democracia.
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