Tehechen: Geología

Cualquiera que recorra a diario las carreteras insulares puede disfrutar de un espectáculo de colores poco más allá de sus arcenes. Y no sólo procedente de la vegetación, sino del propio subsuelo.

Allí donde la tierra es cortada para dejar paso al asfalto, podemos apreciar un desfile de tonalidades y texturas, que no valoramos como merece y que nos ofrece una inestimable información sobre la creación del paisaje.

No hace falta ser un experto en geología para admirar esta exhibición pétrea o arenosa, que en algunos puntos se convierte incluso en atractivo turístico y lugar de continua inmortalización fotográfica, como sucede en 'La Tarta', en una de las curvas de la carretera dorsal de Tenerife, camino de Izaña.

Por eso no resulta extraño que Las Cañadas del Teide y otros parajes canarios hayan sido escogidos para el rodaje de películas en las que se precisa de escenarios naturales con una fuerza expresiva propia, para ambientar tramas prehistóricas, futuristas, literarias o mitológicas.

Siento especial predilección por las paredes en las que se mezclan argamasas cobrizas, con líneas de cenizas y jable, sobre las que se asientan rocas de brillante y negra obsidiana, matizadas en ocasiones por tonalidades mostaza, sobre las que me gusta pensar que son fruto de un maridaje azufrado surgido en incandescentes profundidades.

La lluvia y el viento han esculpido algunas pequeñas maravillas en un tiempo relativamente breve, que parecen surgidas de un cuadro de César Manrique, Manolo Millares, Felo Monzón o de cualquiera de los numerosos artistas que se han inspirado o han utilizado los materiales con los que se ha construido este Archipiélago.

Son obras igualmente efímeras, sujetas a remodelación por parte fenómenos atmosféricos, de especies vegetales y de la propia acción humana, a través de supuestos proyectos de embellecimiento, que acaban por tapar con otras piedras o cemento una composición a la que tan sólo le falta una firma de prestigio para ser considerada una genialidad.

A veces no apreciamos lo que tenemos más cerca por la inercia de lo cotidiano y, por eso, lo consideramos menos valioso o prescindible. Pero, no debe ser así. Dependemos primero de lo próximo, de lo que nos rodea, y luego de lo externo. Sin embargo, en muchas ocasiones, el brillo de lo nuevo nos deslumbra y, desde ese momento, ya no vemos la realidad igual que antes.

Debíamos agradecer todo lo que nos aporta, en lo material y en lo espiritual, la tierra que pisamos, en su actual configuración, y que procede de la fuerza de un magma incandescente, que volverá a emerger, para seguir enriqueciendo el sustrato de nuestra identidad, a través de las huellas que ha dejado a lo largo del tiempo.

Y en lugar de ocultarlas, habría que potenciar su conocimiento y su comprensión. Porque son señales del pasado, que revelan algunas claves del futuro. Si todavía estamos aquí cuando llegue ese momento y mantenemos la capacidad de interpretarlas.

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