Huiresmet: Vestido (segunda piel)

La indumentaria nos define, nos guste o no. Según sea nuestro vestuario, así seremos socialmente considerados. No es ninguna novedad y desde que nuestros ancestros comenzaron a pintar su cuerpo y cubrirse con hojas o pieles, la forma en que lo hicieron definió su rango.

Incluso cuando alguno alteraba la simbología común, esa precisamente constituía su seña de identidad, su manera de expresar su disidencia, su capacidad innovadora o artística. Y no hacerlo también expresaba un estado de ánimo o un relevante espíritu crítico.

Pero el ser humano también sobrevivió en tiempos difíciles y a grandes conflictos gracias a su capacidad para camuflarse, para mimetizarse con el entorno y tratar de pasar desapercibido hasta que desapareciera el peligro.

Por eso resulta complicado discernir hoy si determinadas indumentarias definen una personalidad o se tratan de un disfraz. No es el caso de los monos de trabajo o las batas blancas sanitarias, que revelan unas cualificaciones profesionales muy concretas y dirigidas a que la persona sea percibida en función de su ocupación o vocación de servicio.

Me refiero sobre todo a las corbatas y su simbolismo. ¿Qué nos dicen estos trozos de tela aparentemente inútiles? ¿Qué somos importantes? ¿Qué hacemos cosas importantes? ¿Qué ese momento es importante? ¿O se trata de una mera convención social?

Porque lo que me confunde es que las corbatas las suelen llevar los hombres y las mujeres hacen las mismas actividades, de manera igualmente eficaz, sin esa prenda. ¿Y son por ello menos importantes?

Si la canciller alemana Ángela Merkel y, en su tiempo, la primera ministra británica Margaret Thatcher asistieron a las cumbres de jefes de Estado y de gobierno sin corbata, y fueron aceptadas por el resto de mandatarios, ¿por qué el resto no hace lo mismo y prescinde de esos pedazos de tela?

En África, el panorama es diferente y muchos dignatarios prefieren ataviarse con elegantes tejidos, procedentes de su tradición cultural o tribal, antes que occidentalizar su aspecto. Lo mismo que ocurre en los países árabes y otros de Asia. Incluso, aunque en menor medida, en Iberoamérica.

No digo que el presidente español vaya ataviado a las cumbres con un traje de luces, aunque resulte de lo más vistoso, porque suscitaría controversia por su simbolismo macabro. Pero el protocolo, el arte de las relaciones humanas, debería permitir a los hombres tantas alternativas en colores y formas como tienen las mujeres.

No es por una cuestión estética o igualdad mal entendida, sino porque la uniformidad no refleja la pluralidad cultural que existe y que enriquece al ser humano, y que parece no está representada en los dirigentes que las personifican, ¿por cuestión de mimetismo o por falta de compromiso con su propia identidad?

Porque me niego a secundar la idea, cada vez más extendida, que considera a nuestros grandes dirigentes políticos y empresariales como unos psicópatas disfrazados de personas normales, quienes, una vez cerradas las puertas de sus suntuosos despachos, planifican junto a sus principales y escogidos colaboradores, las mayores tropelías inimaginables contra el conjunto o una parte de la sociedad y a favor de sus exclusivos intereses personales. Y la corbata sería una de sus claves identificadoras, en busca de cómplices para sus objetivos.

Estos días escuché a un alto cargo público electo afirmar, en esta ocasión sin corbata, que las retribuciones salariales más elevadas pueden seguir contribuyendo fiscalmente, en los próximos meses, al esfuerzo colectivo de equilibrar las cuentas públicas. Parece una frase de lo más lógico, pero, detrás de las palabras y de las formas, subyacen dos 'inocentes' mensajes: que el preboste mensajero no percibe un abultado salario, lo que entra en contradicción con lo publicado en el Boletín Oficial del Estado sobre sus ingresos, y que, en cuanto pueda, bajará los impuestos en su propio beneficio.

Y desde esa perspectiva, la hipótesis sobre la llegada al planeta de una plaga de zombis psicópatas devoradores de cadáveres humanos, que proceden de ovnis que aterrizaron en los años 50 en diferentes lugares de todos los continentes, adquiere cierta dosis de credibilidad. Por eso, los protagonistas de la saga 'Men in black' llevan corbata, como los guardianes de la tranquila 'Matrix'; mientras que no sucede lo mismo en 'Star Trek', 'La guerra de las galaxias' o 'El señor de los anillos', por poner algunos ejemplos de realidades alternativas surgidas de la imaginación humana.

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