Hafe rumanzi: Comercio justo

El comercio es la base de la actual civilización humana. Intercambiar productos, servicios e ideas ha sido más efectivo desde el punto de vista evolutivo que la autarquía o el autoabastecimiento, porque según donde nos encontremos en el espacio-tiempo tendremos excedentes de unos recursos y carencia de otros, tanto por los habituales ciclos de la naturaleza como por nuestras propias capacidades. Sin olvidar que entre los de nuestra especie no resulta frecuente encontrar personas que se conformen con lo que tienen y no aspiren a tener más... Por lo que pudiera pasar.

Quien no entienda y asuma este principio elemental al iniciar cualquier proyecto personal o colectivo que emprenda está abocado al fracaso. El concepto riqueza sólo es comprensible desde el intercambio, por lo que no es más rico el que más tiene (porque se puede tener mucho de algo en lo que no estén interesados los demás), sino el que tiene más de todo y, además, puede acceder a aquello que consideramos escaso o exclusivo.

Y ahí aparece el dinero como la clave. Aceptamos socialmente que con dinero se puede comprar cualquier cosa y quien tiene mucho puede acceder a todo tipo de productos y servicios, tanto necesarios como innecesarios, aunque el valor del dinero también es relativo y puedes ser millonario en una moneda que no sea aceptada para el intercambio y, por tanto, carecer de capacidad para negociar la adquisición de lo que se precisa o se desea.

Para que se produzca el comercio hacen falta tres figuras esenciales, que en situaciones de proximidad pueden ser encarnados por la misma persona: el productor, el transportista y el vendedor. En la medida que estos agentes económicos obtengan éxito en sus funciones generarán riqueza, es decir, nuevos excedentes con los que propiciar nuevos intercambios.

Esta actividad es fundamentalmente privada, a través de individuos y empresas que cada vez se van especializando más en la actividad que desarrollan hasta alcanzar actualmente un alto grado, probablemente excesivo, de sofisticación. Los mercados de materias primas y componentes parecen accesibles y comprensibles sólo para cualificados expertos, pero, en el fondo, siguen siendo como una gigantesca lonja de pescado, en la que los productores, si quieren cubrir gastos, tienen que aceptar el precio que les ofrecen los vendedores, principalmente los mayoristas, que también controlan los transportes.

De seguir así, podría ocurrir que si los vendedores siguen reduciendo (ajustando, dicen) los precios a los productores, a éstos no le va a resultar rentable seguir produciendo y van a intentar pasarse al colectivo de los vendedores. Y puede que acabemos por encontrarnos con la paradoja de una sociedad mundial de vendedores que intenta venderse a sí misma productos y servicios que no existen, porque no llegan a producirse, pero que han sido vendidos por anticipado en los enigmáticos mercados de futuros.

Por eso creo que los poderes públicos deben plantearse como objetivo a medio plazo promover a través de organismos internacionales estructuras globales de comercio justo, donde los productores tengan unos derechos y salarios comunes a los transportistas y vendedores, independientemente de cuál sea el país de origen y de destino de la mercancía o del servicio.

La iniciativa privada es el motor del desarrollo mundial, pero corresponde a las instituciones a través de las que se organizan las sociedades decidir cuáles son las condiciones en las que se deben realizar los intercambios, sobre todo porque el dinero se emite a partir de una autoridad pública y porque a lo largo de la historia se ha podido comerciar con todo, incluso con seres humanos, y eso tiene un nombre: esclavismo.

Y las condiciones en las que trabajan hoy los productores de algunos países llamados eufemísticamente 'emergentes' se parecen bastante a las de otros tiempos que no queremos que vuelvan ni se generalicen. Quienes apuestan por este modelo productivo pretenden acaparar una riqueza inútil, porque no se quiere compartir. Y si alguna Ley Fundamental tiene el comercio es que todo lo que se acumula y no se intercambia acaba por pudrirse o estropearse, incluso el dinero.

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