Comagualen: Periódicos (bosques de palabras)

Después de tres años seguidos de recesión, el producto interior bruto (PIB) de Finlandia creció en 2015 un 0,4 por ciento, lo que parece una buena noticia... para los finlandeses. Sin embargo, no es tan buena, ni para ellos, ni para el resto de ciudadanos europeos y menos aún para los periodistas.

La economía finlandesa es un termómetro que sirve tanto para medir la capacidad de innovación de la Unión Europea (UE) como las posibilidades de supervivencia de las empresas periodísticas locales, nacionales e internacionales en escenarios adversos. ¿Y por qué?

A diferencia del resto de países escandinavos, Finlandia decidió adherirse al euro mediante un acuerdo parlamentario, algo que no sucedió en Suecia y Dinamarca, que votaron en referéndum quedarse con sus propias monedas, ni en Noruega, que en dos ocasiones rechazó en las urnas adherirse a la UE. Pero esto podría cambiar para peor si prospera la iniciativa popular apoyada por más de 50.000 firmas presentada el pasado 10 de marzo de 2016, para que se debata la salida de Finlandia del euro.

El crecimiento de Finlandia durante las últimas décadas se fundamentó en dos pilares: el desarrollo tecnológico procedente del conocimiento (generado dentro de un sistema educativo avanzado y modélico a nivel mundial) y una industria de aprovechamiento forestal sostenible (también ejemplar), que ha convertido al país en uno de los principales productores y exportadores mundiales de papel y de cartón.

¿Y quiénes son los mayores demandantes de papel? Pues precisamente la industria periodística y de artes gráficas, que resulta que es un sector de actividad que tiene algunas peculiaridades. Una de ellas es que el aumento de la demanda en este sector repercute positivamente en muchos otros sectores, seis veces más que cualquier otro tipo de industria, lo que significa que la edición de periódicos, revistas y todo tipo de publicaciones es capaz de generar más riqueza y puestos de trabajo, además de los propios que precisa para elaborar los diferentes productos informativos, que la mayoría de proyectos empresariales, en parte porque necesita de más proveedores y distribuidores que el resto.


Podría pensarse que en Canarias o en España los profesionales y empresarios de este sector somos unos 'matados' y no cumplimos con esa otra función social de generar riqueza, además de contenidos informativos, si nos comparamos con los compañeros del resto de Europa, pero, qué curioso, sucede justamente lo contrario. Las empresas locales y nacionales son más numerosas, productivas y creadoras de empleo que las demás europeas, lo que convierte su actual crisis en un drama social mayor que en el resto de la UE.

Por eso cuando hoy leo o compro un periódico local o nacional se me cae el alma a los pies y no precisamente por los contenidos que se me ofrecen, sino por lo que echo de menos: los anunciantes.

Recuerdo los periódicos de los 90. En aquella década trabajaba en El Día y los domingos resultaba muy complicado publicar un reportaje o una entrevista en una página sin publicidad. Había un suplemento que llegó a tener 72 páginas dedicado exclusivamente a publicar anuncios por palabras y ofertas de trabajo. Y en ocasiones, se habilitaban espacios para albergar estas ofertas en otras páginas, que se restaban de otras secciones para poderles dar cabida. En esos casos, la principal sección informativa damnificada era la mía, la de Economía, que una vez quedó reducida a media página, de la cual había que restar dos medias columnas para la estadística semanal con los precios mayoristas de los productos agrícolas vendidos en Mercatenerife y otra media columna destinada al tráfico portuario. Al final sólo quedaban dos medias columnas para una información de actualidad similar a las que ahora ocupa una página completa.

Eran tiempos en los que no se vendía un piso que no hubiera sido previamente anunciado en un periódico, mientras que ahora muy pocos compran el periódico para buscar una vivienda o trabajo.


Cada ejemplar era tanto un compendio de diálogos, narraciones y descripciones comentadas e ilustradas sobre la actualidad, como un escaparate económico y social de una colectividad que competía y colaboraba para prosperar, en la que los kioscos parecían altares, en los que no sólo se consagraban titulares, mensajes e ideas, sino, sobre todo, oportunidades. Los periódicos tenían credibilidad no sólo por lo que escribían los profesionales, sino también por las ofertas de los anunciantes.

Hasta que llegó una inesperada crisis financiera y la gente comenzó a desconfiar. Porque algunos grandes y pequeños anunciantes comenzaron a engañar, primero a los profesionales y medios informativos, y luego, a través de éstos, al conjunto de la población. Y la complicidad positiva, se convirtió en complicidad punible. Y la certeza se convirtió en duda. Y la duda, en silencio. Y el territorio de los periodistas no es el silencio, sino la palabra o la imagen. Y en la medida que éstas no queden impresas, serán menos reales. Tan sólo serán virtuales.

Por eso la prensa constituye un sector estratégico, capaz de enriquecer a una sociedad que la apoye y de empobrecer a aquella que le de la espalda. Y si observamos los datos mundiales de producción y exportación de papel prensa desde 2002, cuando comenzó a circular el euro, no queda más remedio que concluir que las sociedades occidentales somos bastante más pobres de lo que éramos entonces, aunque las tasas de crecimiento del PIB digan lo contrario, porque hay papeles que valen infinitamente más que el dinero, aunque cueste muy poco dinero conseguirlos.

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