Arfahele: Comunicación (compartir sabiduría)

La comunicación constituye una conquista de los seres complejos para tener mayores posibilidades de supervivencia, sobre la base del intercambio de información útil. Con el paso del tiempo y de diferentes procesos de evolución, algunas especies comenzaron a usar algunas señales para confundir a otras, con la finalidad de capturarlas y que les sirvan de alimento.

Algunos insectos son auténticos maestros en este arte, pero tampoco desmerecen las estrategias de reptiles, aves, peces e, incluso, plantas, aunque éstas últimas no devoran a otros vegetales, al menos de momento, sino que buscan acaparar la luz, el agua y los nutrientes, para su prosperidad y, de paso, hacer sombra a sus competidores.

También algunos mamíferos recurren a imitar sonidos de sus presas para atraerlas y cazarlas, pero los grandes depredadores se consideran lo suficientemente superiores como para no tener que utilizar este tipo de métodos. La combinación de camuflaje, astucia y potencia suele bastarles para llevar a su boca el alimento que precisan, sin necesidad de interactuar con sus presas. Incluso tratar de comunicarse con su comida puede resultarles perjudicial para llenar su estómago, porque, cuando resulta más apetecible, suele salir corriendo a la mínima advertencia de peligro.

En la mayoría de las ocasiones, la comunicación se utiliza para colaborar y unir más al grupo que comparte el mismo lenguaje visual, aromático, gestual o auditivo, con el lógico propósito de facilitar su supervivencia.

El caso del ser humano es todavía más complicado, porque, si bien es el mayor depredador del planeta, tampoco su constitución física es precisamente la más fuerte y su supremacía obedece posiblemente a su capacidad de organización, algo que depende precisamente de la eficacia del proceso comunicativo.

En aquellos ámbitos relacionados con el conocimiento, la ciencia, la ingeniería y la investigación, tanto el intercambio de información como las formas de expresión, tratan de ser lo más rigurosas posibles, para evitar errores no deseados, que impidan alcanzar los objetivos para los que están siendo utilizados. Otro tanto sucede en terrenos como el militar o en todo aquello relacionado con la producción industrial, donde la precisión resulta esencial.

Sin embargo, no ocurre lo mismo en las relaciones sociales, ni tampoco con las comerciales, que se mueven en escenarios ambiguos, en comparación con los anteriores. Una gran parte de las señales y de sus significados poseen múltiples interpretaciones, dependiendo del contexto, del entorno, del grupo al que se pertenece o del lenguaje corporal de quien habla.

El babel de lenguas y dialectos tampoco ayuda demasiado al entendimiento colectivo. Parece más bien que no queremos comunicarnos todos con todos, sino sólo de manera selectiva, y que los idiomas constituyen una primera barrera para delimitar si aceptamos entablar diálogo con quien nos resulta ajeno.

Pero luego no tenemos reparos en meter en nuestro hogar, a través de la radio o de la televisión, a auténticos desconocidos, que nos cuentan, en nuestra misma jerga, historias tan mundanas como increíbles, para mantenernos entretenidos y alejados de la finalidad más lógica de toda comunicación: El desarrollo común de quienes comparten uno de los mayores y menos valorados logros de la humanidad: La palabra.

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