Muertos
Cementerio de la Recoleta en Buenos Aires, Argentina |
La covid-19 parece que está cambiando la percepción sobre la muerte en amplias
capas de la población, que creen como dogma de fe argumentarios políticos
relativos a la gestión de la pandemia por parte de algunos responsables públicos
electos, mientras los de su partido son excelsos líderes, aunque con similares o
peores resultados que los criticados.
Para crear y mantener el estado de
crispación de sus fieles, los argumentarios se plasman en imágenes y mensajes
breves, que se difunden a través de grupos de contactos por acólitos, 'comunity
managers', 'influencers', 'youtubers' domiciliados en fríos paraísos fiscales,
'haters' profesionales y aficionados y demás fauna que pulula por redes sociales
y por algunos medios de comunicación, que hace tiempo han descartado contrastar
cualquier pseudoinformación que ofrecen y que se han decantado por el
sensacionalismo y la opinión como forma de fidelizar y ganar audiencia, una
fórmula que comienza a ser tendencia en otros medios que hasta ahora trababan de
ser más rigurosos y fiables, en consonancia con los principios éticos y
deontológicos del periodismo.
Pero ni los hechos, ni los datos, ni las
estadísticas avalan ideas como que la covid-19 no existe o que, por el
contrario, es la principal causa de muerte en España o en el mundo, como tampoco
que esa mortalidad se deba a la mala gestión de aquellos dirigentes públicos
pertenecientes a los partidos políticos con los que no se simpatiza, a excepción
de los negacionistas, ignorantes y los que dan la espalda a la realidad por
intereses económicos. Muchos han cometido errores y han titubeado ante la
magnitud del reto, pero si no se hubieran adoptado decisiones drásticas en
algunos momentos, aunque en ocasiones erráticas, la situación hubiera sido mucho
peor y la historia está ahí para recordarlo.
Según datos provisionales del
Instituto Nacional de Estadística (INE), en 2020 fallecieron en España 501.026
personas, 86.112 más que en 2019 y 73.305 más que en 2018. No he encontrado
datos comparativos sobre las causas de la muerte de los fallecidos en estos dos
últimos años, pero sí sabemos de qué murieron quienes fallecieron en 2017 y que
fueron 424.523 personas, según el último informe publicado sobre 'Patrones de
Mortalidad en España' que edita el Ministerio de Sanidad. En ese 2017 murieron
de cáncer 109.073 personas y otras 85.143 de enfermedades del corazón. Juntas
sumaron el 45,8 del total de fallecimientos. Si a éstos añadimos los producidos
por las enfermedades cerebrovasculares (26.937), el porcentaje asciende hasta el
52,1 por ciento del total. Las neumonías y gripes sólo causaron la muerte de
11.397 personas, algo menos que los accidentes no intencionados, cifrados en
11.502 óbitos. Las enfermedades crónicas pulmonares causaron otras 15.486
muertes. Sin embargo, el estudio también atribuye 102.536 fallecimientos al
tabaco y ningún político opositor ha echado nunca culpa alguna al respecto a
ningún gobierno o dirigente. Ni siquiera a los vendedores de tabaco y mucho
menos a las industrias fabricantes y a las distribuidoras. También ese año
24.198 muertes fueron atribuidas al alcohol y tampoco hay culpables políticos o
empresariales señalados.
¿Pero fue 2020 el año en el que murieron más personas
en España? Según las cifras del INE desde 1900, no. En 1918, el año de la
denominada 'gripe española, fallecieron 695.758 personas, cifra que bajó en los
años siguientes a 482.752 en 1919 y 494.540 en 1920. En 1900 se registraron
536.716 muertes, 517.575 en 1901 y 491.369 en 1905, con la salvedad de que
entonces el país tenía muchos menos habitantes, por lo que la tasa de mortalidad
de aquellos años duplicaba e incluso triplicaba la actual. Durante la Guerra
Civil y los primeros años de posguerra también se incrementaron los
fallecimientos: 413.579 en 1936, 472.134 en 1937, 484.940 en 1938, 470.114 en
1939, 424.888 en 1940 y 484.367 en 1941.
¿Y en el resto del planeta? ¿De qué
muere la gente? Según el último informe de la Organización Mundial de la Salud
(OMS) correspondiente a 2019, las causas principales de defunción en el mundo,
con arreglo al número total de vidas perdidas, se atribuyen a tres grandes
grupos: “Las enfermedades cardiovasculares (cardiopatías isquémicas y accidentes
cerebrovasculares), las enfermedades respiratorias (enfermedad pulmonar
obstructiva crónica e infecciones de las vías respiratorias inferiores) y las
afecciones neonatales, que engloban la asfixia y el traumatismo en el
nacimiento, la septicemia e infecciones neonatales y las complicaciones del
parto prematuro”.
Aunque no en todas partes se muere de lo mismo, sino que
depende del nivel de vida y de desarrollo. Así las dos principales causas de
mortalidad en países con ingresos bajos son enfermedades transmisibles, en
ocasiones ligadas a la malnutrición y a sistemas inmunológicos deprimidos, como
son las afecciones neonatales y las infecciones de las vías respiratorias
inferiores. Las personas que viven en estos países tienen una probabilidad mucho
mayor de morir de una enfermedad transmisible que de otro tipo de enfermedad. En
cambio, en los países de ingresos medio-altos, las dos principales causas de
muerte son la cardiopatía esquémica y el accidente cerebrovascular, pero también
han aumentado “notablemente” los fallecimientos por cáncer de pulmón. Además, el
cáncer de estómago tiene una gran incidencia en estos países en comparación con
los otros grupos de ingresos y sigue siendo el único grupo en que figura esta
enfermedad entre las diez causas principales de defunción.
¿A dónde quiero
llegar? A falta de estudios más exhaustivos y concluyentes, y en base a los
datos públicos disponibles a comienzos de febrero de 2021, la muerte por
covid-19 en 2020 afectó a 1,8 millones de personas en el mundo y a 50.400 en
España. Si extrapolamos estas cifras a las de la OMS de 2019 y del Ministerio de
Sanidad de 2017, siempre y cuando se repitieran las mismas pautas de
fallecimientos, el coronavirus sería el pasado año la sexta o séptima causa de
mortalidad en el mundo y la tercera en España. Pero la situación actual podría
haber sido peor, como en 1918 en España, año en el que, bajo el reinado de
Alfonso XIII, hubo tres presidentes de gobierno, uno de ellos lo fue además en
dos mandatos diferentes: Manuel García Prieto, marqués de Alhucemas. Los otros
dos fueron Antonio Maura y Álvaro de Figueroa conde de Romanones. ¿Se imaginan
la gestión actual de la pandemia con una inestabilidad institucional tan grande?
En toda muerte intervienen múltiples factores y culpar a dirigentes políticos
actuales con responsabilidad en las administraciones públicas de ser los
causantes de un solo fallecimiento me parece una afirmación tan grave como falsa
en el caso de la actual pandemia. Todos somos corresponsables en mayor o menor
medida de esas muertes, si en algún momento no hemos seguido las recomendaciones
y protocolos higiénicos recomendados por los expertos, aunque éstos también
puedan equivocarse.
Nadie es perfecto y creer que determinados políticos o
personajes mediáticos van a resolver un problema de salud pública como el actual
como por arte de magia constituye un grave error. Podemos creer en la ciencia y
en la capacidad de nuestros científicos, pero no como una cuestión de fe, sino
de esperanza en que la compleja mezcla de inteligencia, conocimiento,
constancia, tiempo, paciencia y recursos dé mejores frutos que los rezos o las
ceremonias místicas que imploran la intervención divina para resolver los
problemas que estamos creando, la mayoría de los cuales ponen en peligro tanto
la vida humana como la del resto de especies con las que compartimos una
estrecha franja del planeta que denominamos biosfera.
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