Guatonan: Fronteras
No me gustan las fronteras. Entiendo
que existan, pero no me gustan. Nos limitan en nuestra evolución
natural. Me recuerdan a los animales salvajes, a la violenta defensa
de los territorios de pasto, caza o apareamiento, donde el fuerte
siempre se impone, lo que no siempre beneficia al grupo. Fueron
necesarias en el pasado para la supervivencia de aquellas familias o
tribus humanas que tuvieron éxito y de las que descendemos todos los
que ahora habitamos el planeta, pero ahora están cambiando las
reglas con la civilización, con la tecnología y, sobre todo, con la
superpoblación.
Nuestra especie se ha movido siempre de
manera bipolar entre dos opciones: competencia o colaboración, por
un lado, y ser nómadas o sedentarios, por otro. La necesidad es la
que nos ha guiado hasta ahora: competimos dentro del grupo para
alcanzar una posición privilegiada o de liderazgo y cooperamos para
que nuestro colectivo también alcance esa posición en relación con
otros grupos. También nos hacemos sedentarios cuando encontramos un
territorio en el que podemos alimentarnos y reproducirnos sin
problemas durante todo el año y nos movemos cuando necesitamos ir a
buscar ese alimento y esa estabilidad a otros territorios. Por eso
seguimos vivos y ocupamos la práctica totalidad de la superficie
habitable del planeta.
Antiguamente la gente se desplazaba por
dos motivos, por necesidad o por aventura, por buscar un futuro mejor
o simplemente diferente. Ahora también viajamos por placer y en
busca de conocimientos. Si queremos viajar por estos dos últimos
motivos no vamos a tener ningún problema para recorrer el mundo
entero, pero si tenemos que movernos para escapar del hambre o la
guerra, entonces somos rechazados. Curiosa paradoja, cuando
precisamente necesitamos más ayuda nos la niegan, mientras que si no
la necesitamos nos invitan a venir.
Tenemos suerte los que vivimos en este
país, porque estamos dentro de un gran bloque relativamente
solidario y próspero llamado Unión Europea. Por eso, en la última
gran crisis, decenas de miles de personas cualificadas
profesionalmente han podido moverse sin problemas hacia otros países
a buscar trabajo y no sólo dentro de Europa, sino también en otros
continentes, en territorios que aspiran a alcanzar las mismas cuotas
de desarrollo y pueden aprovechar para la consecución de ese
objetivo tanto nuestra formación como capacidad de trabajo, algo que
no han podido hacer sirios, irakíes y todos los africanos o
asiáticos que lo necesitan a causa de las guerras o las hambrunas.
Por eso no entiendo que haya grupos de
personas organizados que quieran salirse de los marcos de solidaridad
o apoyo que han creado los países más desarrollados, cuando éstos
deberían hacerse extensivos a todo el planeta, si es que todos nos
consideramos seres humanos con los mismos derechos y obligaciones.
Estos grupos se dicen progresistas y
antisistemas, pero su forma de comportarse se parece más a la de
adolescentes enrabietados enfrentados a sus padres protectores,
cuando no a la de sectas dirigidas por iluminados, que prometen un
mundo mejor en otro planeta o en otra dimensión de éste y acaban
por conducir a sus adeptos al suicidio colectivo en el mundo real.
Es verdad que la situación actual del
planeta da vértigo, con un cambio climático dramático, una
superpoblación humana que se parece bastante a la de una plaga y
unas desigualdades entre ricos y pobres que avergüenzan a quien
quiera identificarse con una especie que se autodenomina “homo
sapiens”. Pero ¿es la respuesta adecuada separarnos del resto y
“sálvese quien pueda”? o, por el contrario, ¿no sería la
solución mayor unidad y solidaridad a la hora de afrontar los
problemas?
Personalmente echo de menos un gobierno
planetario, que pudiera tomar decisiones e imponer un “artículo
155” a todas aquellas naciones e industrias que no quieren reducir
drásticamente sus vertidos al mar ni sus emisiones de dióxido de
carbono y de otros gases peligrosos a la atmósfera; o a aquellos
países que no quieren acoger a emigrantes por necesidad y ayudar a
estabilizar la situación en sus países de origen.
La ONU es una caricatura de gobierno planetario, con los vetos de las
grandes potencias y un funcionamiento que no le permite en la mayoría
de las ocasiones llevar a la práctica sus resoluciones, salvo que
interesen especialmente a alguna de esas grandes potencias, que lo
son por su capacidad militar, es decir, por la posibilidad de usar
una fuerza tan desmedida que acabaría por destruir rápidamente a un
planeta al que ya están destruyendo lentamente.
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