Hura fasarifen: Huracanes (grandes vientos calientes)
Podemos seguir negándolo todo o
podemos ser responsables y asumir la posibilidad de que otros más
cualificados e inteligentes tengan al menos una parte de razón en
sus cálculos e investigaciones. No digo que confiemos ciegamente en
ellos, sino en que les demos al menos el beneficio de la duda y
consideremos que existe una alta probabilidad (al menos un 50 por
ciento) de que sus estudios y conclusiones, a las que han dedicado
tanto tiempo y esfuerzo, sean ciertos. Mientras que para negar sus
teorías hay quien no dedica ni un segundo a reflexionar.
A lo largo de la historia humana hemos
rechazado hasta hace pocos siglos que la tierra era redonda y que
giraba en torno al sol. Hasta hay quien todavía se atreve a
defenderlo en público, solo que ya nos lo tomamos a broma. Más de
la mitad de la población con cierto nivel de estudios de algunos
países presuntamente desarrollados sigue negando la Teoría de la
Evolución de las Especies de Charles Darwin, a pesar de las
evidencias.
La ignorancia ha sido siempre una
poderosa fuerza colectiva, más influyente que la inteligencia,
porque la primera está guiada por la fe ciega, mientras que la
segunda se asienta sobre la duda y tiende a ser reconocida de forma
individual, más como una excepción que como una obligación. Pero
¿somos o no somos todos homo sapiens?
Durante los últimos años, diferentes
grupos de científicos de distintos países sostienen, fruto de sus
investigaciones, que nuestro planeta Tierra está sufriendo un
proceso de calentamiento global de consecuencias predecibles, pero, a
pesar del absoluto consenso científico, todavía hay quien lo niega,
lo cual no pasaría de ser una anécdota, si no fuera porque esa
negación implica no adoptar medidas para frenarlo.
Pero lo peor no son los negacionistas
relevantes, como el presidente de los EE UU, sino los que reconocen
el problema y aparentan aprobar soluciones que no sólo no ayudan a
solucionarlo, sino que lo agravan, como los dirigentes mundiales que
aprobaron un acuerdo no vinculante en París para la reducción de
emisiones de CO2, porque su objetivo es que aumente la temperatura
del planeta 'sólo' entre 1,5 y 2 grados centígrados de aquí a
final de siglo.
Es como si a un enfermo con fiebre se
le dicen los médicos que no van a intentar bajársela, sino que lo
van a tratar para que no le suba más de dos grados para que no se
muera, pero tampoco se comprometen a prescribirle las sustancias
adecuadas para ello, ya sea por falta de recursos o de voluntad a la
hora de llevarle la contraria a las grandes corporaciones
multinacionales que obtienen grandes beneficios con la 'medicación'.
El paciente no se morirá, pero va a seguir enfermo mucho tiempo.
Hasta ahora, los políticos y
dirigentes mundiales se han centrado en frenar los efectos a largo
plazo del calentamiento global, como la subida del nivel de los
océanos, porque ello perjudicaría a la mayoría de las poblaciones
mundiales, que se encuentran a orillas del mar. Pero ¿qué pasa con
los efectos a corto plazo?
Durante los últimos días estamos
comprobando lo devastador que puede resultar una mayor temperatura
del agua y de la atmósfera en la evolución e incremento de la
intensidad de los huracanes en el Océano Atlántico y en el Caribe.
Primero fue Harvey, ahora llega Irma y a ambos les siguen José y
Katia. ¿Y que han tenido de particular estos huracanes? Lo primero
es que la formación en el Atlántico de tantos huracanes seguidos
con tanta fuerza es un fenómeno poco frecuente, que sólo ha
sucedido anteriormente en 1935 y 2010. Y los dos primeros, Harvey e
Irma, ofrecen datos nunca antes obtenidos por los meteorólogos.
Por ejemplo, Harvey tiene el 'honor' de
ser el primero que se estanca en Texas y provoca una acumulación de
lluvia nunca antes registrada en la zona (nada menos 125,27
centímetros), con grandes inundaciones y pérdidas multimillonarias
a todos los niveles. Irma también está siendo excepcional: por
primera vez un huracán adquiere la categoría 5 (vientos superiores
a los 250 kilómetros por hora) en el Atlántico, antes de llegar al
Caribe, y también por primera vez un huracán mantiene vientos de
295 kilómetros por hora durante 33 horas seguidas. Podría decirse
que ha inaugurado una nueva categoría: la fuerza 6.
José sigue la estela de Irma y falta
por ver la progresión de Katia, pero con los dos primeros ya hemos
alcanzado un nuevo nivel y todavía quedan nuevos huracanes por
formarse. Algunos científicos temen que alguno se de la vuelta y en
vez de dirigirse al Caribe coja rumbo al Mediterráneo, un mar
también bastante recalentado, y empiece a arrasar las costas del
norte de África y del Sur de Europa. ¿Nos lo tomaremos entonces más
en serio?
Pero las malas noticias climáticas
nunca vienen solas: los satélites han detectado desde el pasado 31
de julio un importante incendio al oeste Groenlandia que sólo podrá
ser apagado por la propia naturaleza, cuando llueva. Se desconoce el
origen del mismo, pero prospera gracias a la elevación de la
temperatura y a la sequedad del verano. Todavía se están
recopilando datos, pero desde hace tiempo se sabe que existen bolsas
de metano bajo el permafrost (suelo congelado) que cuando se derrite
se vuelve más permeable, por lo que estos gases ascienden desde el
subsuelo hacia la atmósfera, donde pueden entrar en combustión o
disolverse en la misma, contribuyendo en ambos casos a incrementar el
efecto invernadero.
Si la fiebre es in síntoma de
enfermedad en los seres vivos y a partir de cierta temperatura no
puede existir la vida que conocemos y compartimos, deberíamos
tomarnos en serio el cambio climático tanto a título individual
como colectivo y hacer lo posible y lo imposible para evitar el
calentamiento de la atmósfera. En este proceso se necesita valentía
política y social, pero también cualquier pequeño gesto individual
y cotidiano puede acabar por ser determinante.
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