Tagarote: Halcón de Berbería (el que vigila desde arriba)


Cada palabra constituye un pequeño y frágil tesoro humano, aunque todas contienen una importante riqueza histórica y emocional, que podemos desconocer (en la mayoría de los casos), dignificar o engrandecer. Su creación se debe tanto a personas humildes como teóricamente ilustres y su valor radica en el uso cotidiano o excepcional que se hace de ellas.

Los autores literarios son creadores y modificadores del lenguaje y contribuyen a enriquecer el contenido de las palabras, aportando nuevos matices o significados al introducirlas en originales contextos. Cualquier género es útil en este propósito, pero la poesía suele ser especialmente fértil en este terreno, aunque tanto el teatro como la narrativa, especialmente la fantástica, pueden resultar atractivamente transgresores e innovadores.

Eso es lo que me sucedió con la lectura de 'Ecos', la última novela publicada por el escritor Tomás Felipe, un autor que, después de lo mucho que he leído en los últimos meses, considero infravalorado por el público, como ocurre con la mayoría de los escritores canarios, que ofrecen textos cada vez mejores y más interesantes, dotados de una magnífica calidad léxica y semántica, si se compara con las obras en castellano que se promocionan en los escaparates de las librerías canarias, cuyos párrafos no consiguen ni engancharme ni emocionarme.

De 'Ecos' me ha gustado la estructura narrativa, el argumento, el lenguaje utilizado y un final abierto a la imaginación del espectador. No soy crítico literario, por lo que mi opinión sólo es la de un simple lector al que le encantan las historias donde la ficción y la (presunta) realidad van de la mano.

La lectura ha sido para mí tan entretenida como enriquecedora, que son los elementos que busco en cualquier texto literario, aunque entiendo que también la literatura está para torturar y atormentar al lector y algunas grandes obras dan buena muestra de ello.

Pero lo que, en mi modesta opinión, aporta una dimensión mayor a la obra es la elección del nombre del espacio geográfico donde transcurre la mayor parte de la acción: Tagarote, una palabra tan guanche y a la vez tan internacional, con múltiples significados según los países.

Lo primero que se me ocurrió al leer el nombre fue consultar la toponimia de la isla de Tenerife y los diccionarios de Canarismos, de los doctores Corrales y Corbella, y de la Lengua Guanche, del periodista y escritor Francisco Osorio Acevedo, pero no encontré la palabra en ninguna de las fuentes documentales consultadas. Luego traté de desentrañar su significado en base a los conocimientos que me han sido facilitados sobre la lengua guanche y comprobé que está integrada por cuatro conceptos fundamentales: ta (ver, mirar, observar), ga(ra) (alto, elevación, cima), ro (círculo, reunión) y te (señal, signo, marca). La unión de todos estos conceptos me parece que expresa precisamente aquello que trata de escenificar la novela, un lugar donde poder ver señales de personas o cosas reunidas desde lo alto, que no necesariamente significa altitud geográfica, sino una dimensión más elevada, que trasciende a la muerte, como la propia ficción.

El propio Tomás Felipe me confesó que uno de los motivos por los que utilizó la palabra fue porque era la que utilizaban los bimbaches para denominar al Halcón de Berbería y que aún siguen usando en la actualidad los pastores herreños. Además, recordó ver docenas de estas aves sobrevolando el cielo del valle de Tegueste durante el verano y que la traducción del término sería: "el que observa desde la altura o desde un punto de la cima".

Esta metáfora de un espacio físico sólido vigilado desde otro nivel (de consciencia, comprensión o experiencia) añadió un mayor valor literario a la obra y fue entonces cuando mis recuerdos me trasladaron a la infancia, cuando jugaba junto a mis vecinos en las calles de tierra, solares y baldíos del barrio de San Benito, en La Laguna. Alguno de ellos, con su lengua de trapo, debió de señalar al cielo y decir en algún momento: "tagalote" y así quedó fijado en mi memoria, sin que llegara nunca a saber si aquellas alas que planeaban sobre nosotros pertenecían a los halcones a los que corresponde ese nombre o se trataba de cernícalos.

Después, cuando decidí escribir sobre tan sugerente y literariamente enriquecido nombre, busqué en Google una foto y me encontré no sólo que es una rapaz muy apreciada internacionalmente en cetrería, sino también que el vocablo tiene varios significados para la Real Academia Española de la Lengua, además del propio de halcón: en Costa Rica se utiliza como adjetivo sinónimo de glotón y aprovechado, mientras que en España designa tanto a un notario o escribano, como a un hombre alto y desgarbado o a un hidalgo pobre que se arrima a donde pueda comer sin costarle nada (un gorrón).

Lo cierto es que Tagarote abre un nuevo camino a la fantasía, rememora ritos ancestrales y formas de vida enraizadas en tradiciones de muertos que influyen poderosamente sobre los vivos. Y dispara la imaginación sobre una cultura de la que poco conocemos, pero que si pudiéramos viajar unos cuantos siglos atrás con nuestra mirada contemporánea nos sorprendería positivamente por su sensibilidad y conocimientos en medicina, astronomía, sostenibilidad, música, danza y, quién sabe, si también en el arte de la cetrería.

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