Sigoñen: Capitanes

Uno de los poemas más célebres del escritor estadounidense Walt Whitman comenzaba "¡Oh capitán! ¡Mi capitán!". Lo escribió en homenaje al presidente Abraham Lincoln, después de su asesinato en 1865, y lo incluyó como un apéndice en las sucesivas ediciones del que se considera su mejor libro, titulado 'Hojas de hierba'. El poema se popularizó de nuevo en 1989, fruto del éxito de la película 'El club de los poetas muertos', y constituye uno de los ejemplos más descriptivos y emotivos del sentimiento de ausencia.

La palabra capitán posee un elevado contenido simbólico y metafórico, que trasciende su uso cotidiano. Un capitán puede ser tanto un oficial del ejército, como el máximo responsable de un barco, o la figura emblemática de un equipo deportivo, tanto dentro como fuera del terreno de juego.

En todos estos casos, nos encontramos ante una persona que adquiere una responsabilidad ante un grupo, bien por su cualificación, experiencia o por elección. Excepto en muchos equipos deportivos, donde los capitanes son escogidos por sus integrantes, dentro de lo que se denomina como 'decisiones del vestuario', la mayoría de los capitanes lo son por una combinación de una titulación que les capacita y una reconocida trayectoria profesional.

Las funciones del capitán se parecen bastantes a las de un jefe contemporáneo, pero con una sutil diferencia: para ser jefe no hace falta ni estar preparado, ni ser responsable. Basta con ser el escogido por quien tiene la posibilidad de designarle.

En la actualidad, dentro del ámbito de la empresa, los jefes tienen la misión, casi en exclusiva, de hacer que se cumplan las órdenes de sus superiores, sin cuestionarlas, aunque resulten absurdas o contradictorias con las que se dieron poco tiempo atrás o con el simple sentido común. Es más, si esas órdenes fueran rebatidas, entonces dejarían de ser jefes, como si permanecieran bajo la más estricta disciplina militar, por lo que su discrepancia se interpretaría como un delito de alta traición a la 'sagrada estrategia comercial'.

Su papel es de lo más complicado, porque si los resultados no son los esperados, pasan a ser los culpables, aunque rara vez han sido partícipes de las decisiones que determinan los objetivos, los medios humanos o tecnológicos a su disposición, o los potenciales clientes, entre otras variables.

Viven en la cuerda floja y su único apoyo sobre el alambre es una ilusoria vara flexible, con la que hacen inverosímiles equilibrios, pero que, de manera surrealista, cada vez se hace más corta, hasta que acaban por caer al suelo o, en el mejor de los casos, en la red de los convenios colectivos que protegen a los trabajadores comunes de la incapacidad de propietarios o directivos.

Son personas, como todos, con sus defectos y virtudes, con sus aciertos y errores, con su carácter más o menos afable, pero con mucha presión encima. Los mejores son aquellos que transmiten entusiasmo a sus equipos, aunque también están los efectivos, quienes, con un par de indicaciones, reconducen una situación que podía degenerar en caos.

En general, no puedo quejarme de los jefes y jefas que he tenido hasta ahora. Algunos y algunas se merecerían ser distinguidos/as como 'Jefe/a Cum Laude', tanto por lo que han tenido que aguantar, como por haber sabido alcanzar los retos propuestos con gran inteligencia y 'mano izquierda'.

Aunque también hay jefes que parecen magníficos por su talante y, a largo plazo, ocasionan auténticos desastres. Otros se acercan al subordinado como para interesarse por su situación, formulando una pregunta que se ha convertido en tópica: ¿qué tal todo? Con la que, en realidad, quiere decir: "ni se te ocurra perder un sólo segundo de horario laboral en contarme tus problemas".

La impresión que dan algunos jefes modernos de grandes empresas, dotados con los conocimientos de prestigiosos masters internacionales en negocios, es que infravaloran el trabajo que realiza el personal a su cargo y que creen que, cuando no se cumplen los objetivos de negocio, se puede prescindir de la mayoría y contratar en su lugar a jóvenes o, en el peor de los casos, autómatas o maquinaria, para que continúe la actividad con menos costes.

Pero luego, la teoría académica neoliberal poco tiene que ver con la práctica. Incluso programas de televisión, como 'El jefe infiltrado', muestran una realidad diferente, en la que el trabajador se deja la vida, la familia y la salud, por sacar adelante la parte del proyecto económico o social que se le encomienda. Y este formato audiovisual no es originario de este país, sino que proviene de Estados Unidos, y acaba premiando a los empleados con vacaciones, tratamientos para enfermedades generadas o agravadas por la exhaustiva dedicación o, simplemente, tiempo para ellos y sus familias.

¿Dónde están entonces los capitanes en la sociedad actual? ¿Al timón o formando parte de la tripulación?

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