Guaraxiten: Zombis (muertos con vida o vivos muertos)
Las historias de zombis poseen un gran atractivo para una parte considerable de la población y prueba de ello es el éxito de algunas series de televisión y películas que abordan esa temática.
Personalmente, no creo que se trate de un seguimiento vinculado a determinadas prácticas religiosas, rituales morbosos o temores más o menos infundados, sino que este interés viene determinado porque constituyen una metáfora bastante acertada sobre nuestra alienada existencia.
Una buena parte de los mortales, cada madrugada o amanecer nos levantamos zombis ante la persistencia del sonido del despertador y vamos a duchamos zombis, para luego buscar desesperadamente una taza de café que nos despierte de esa cotidiana pesadilla y que, por arte de magia, nos traslade a cualquier media mañana de un fin de semana.
Pero el café sólo aporta un poco más de consciencia y vigor a nuestra existencia zombi. Nos cepillamos los dientes, nos vestimos y nos subimos al coche, para trasladarnos en nuestra condición de muertos vivientes hacia nuestro puesto de trabajo.
En la autopista, coincidimos millares de zombis, de camino a destinos similares en lugares diferentes, pero cercanos. Y después de rodar y de parar, de esperar para volver a arrancar, una y otra vez, llegamos a donde se nos ha asignado una misión que cumplir, que rara vez ejercemos de manera creativa, sino como meros autómatas.
Jefes zombis, encargan tareas zombis, para cumplir objetivos zombis, surgidos de la exigua y efímera capacidad imaginativa de ejecutivos, que se creen inmortales, hasta que son devorados por sus más selectos colaboradores o por la luz de la realidad.
Porque la claridad no sólo es la principal enemiga de los vampiros, sino también de los zombis. Cuando se desvanece la penumbra, la realidad zombi comienza a disiparse y la mente recupera su lado más humano, justo cuando nos relacionarnos con otras personas semejantes y el sol empieza a insuflarnos su energía, entrando por puertas y ventanas y rebotando alegre por las paredes.
Por eso, a los dirigentes zombis les encanta encerrar a sus subordinados en edificios en los que no penetra el brillo de la vida y donde no se puede identificar el día o la noche, para mantenerlos en esa condición el mayor tiempo posible y que puedan contribuir de manera más eficiente al progreso de la sociedad zombi.
Pero fuera de esas macabras estructuras, la vida fluye con la fuerza de la naturaleza y contagia con su poder transformador todo lo que toca. Así, a mediodía, muchos zombis ya han conseguido recuperar la suficiente capacidad mental para mutar a humanos que reconocen a otros humanos cómplices, y no sólo a zombis consumidores de innecesarios productos y servicios.
Y en este nuevo estado de percepción, fingimos seguir siendo zombis, en espera de que se produzca el pequeño milagro de recuperar el tiempo propio, personal y familiar, en el que podemos pensar un poco por nosotros mismos y no ejecutar como horcos las machaconas e incoherentes órdenes recibidas.
Siempre que el cerebro no haya sufrido ya daños irreparables y haya quedado atrapado dentro de la aplastante lógica de la última versión del tradicional modelo caníbal, tan insensible como insostenible, que establece que los resultados predominan sobre las personas y que éstas sólo son útiles en función de sus resultados.
Personalmente, no creo que se trate de un seguimiento vinculado a determinadas prácticas religiosas, rituales morbosos o temores más o menos infundados, sino que este interés viene determinado porque constituyen una metáfora bastante acertada sobre nuestra alienada existencia.
Una buena parte de los mortales, cada madrugada o amanecer nos levantamos zombis ante la persistencia del sonido del despertador y vamos a duchamos zombis, para luego buscar desesperadamente una taza de café que nos despierte de esa cotidiana pesadilla y que, por arte de magia, nos traslade a cualquier media mañana de un fin de semana.
Pero el café sólo aporta un poco más de consciencia y vigor a nuestra existencia zombi. Nos cepillamos los dientes, nos vestimos y nos subimos al coche, para trasladarnos en nuestra condición de muertos vivientes hacia nuestro puesto de trabajo.
En la autopista, coincidimos millares de zombis, de camino a destinos similares en lugares diferentes, pero cercanos. Y después de rodar y de parar, de esperar para volver a arrancar, una y otra vez, llegamos a donde se nos ha asignado una misión que cumplir, que rara vez ejercemos de manera creativa, sino como meros autómatas.
Jefes zombis, encargan tareas zombis, para cumplir objetivos zombis, surgidos de la exigua y efímera capacidad imaginativa de ejecutivos, que se creen inmortales, hasta que son devorados por sus más selectos colaboradores o por la luz de la realidad.
Porque la claridad no sólo es la principal enemiga de los vampiros, sino también de los zombis. Cuando se desvanece la penumbra, la realidad zombi comienza a disiparse y la mente recupera su lado más humano, justo cuando nos relacionarnos con otras personas semejantes y el sol empieza a insuflarnos su energía, entrando por puertas y ventanas y rebotando alegre por las paredes.
Por eso, a los dirigentes zombis les encanta encerrar a sus subordinados en edificios en los que no penetra el brillo de la vida y donde no se puede identificar el día o la noche, para mantenerlos en esa condición el mayor tiempo posible y que puedan contribuir de manera más eficiente al progreso de la sociedad zombi.
Pero fuera de esas macabras estructuras, la vida fluye con la fuerza de la naturaleza y contagia con su poder transformador todo lo que toca. Así, a mediodía, muchos zombis ya han conseguido recuperar la suficiente capacidad mental para mutar a humanos que reconocen a otros humanos cómplices, y no sólo a zombis consumidores de innecesarios productos y servicios.
Y en este nuevo estado de percepción, fingimos seguir siendo zombis, en espera de que se produzca el pequeño milagro de recuperar el tiempo propio, personal y familiar, en el que podemos pensar un poco por nosotros mismos y no ejecutar como horcos las machaconas e incoherentes órdenes recibidas.
Siempre que el cerebro no haya sufrido ya daños irreparables y haya quedado atrapado dentro de la aplastante lógica de la última versión del tradicional modelo caníbal, tan insensible como insostenible, que establece que los resultados predominan sobre las personas y que éstas sólo son útiles en función de sus resultados.
Muy bueno... Aunque ser zombie también tiene su encanto alguna vez... Alguna
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