Haraguañac: Democracia (sociedad que elige)

La democracia es una forma de gobierno y organización social, basada en la capacidad de elección de las personas que conviven dentro de un marco de libertades que ellas mismas se otorgan. A simple vista, parece el sistema perfecto, pero la realidad es bien diferente, como sucede con la mayor parte de las cuestiones que rodean al ser humano. La teoría es una cosa y la práctica, otra.

A lo largo de la historia de la humanidad, los regímenes autoritarios han predominado sobre los democráticos, aunque, en la antigüedad, la primitiva democracia no llegaba a todos, sino a determinadas capas sociales, y por un tiempo relativamente breve. En la actualidad, en la mayoría de los países se celebra algún tipo de elecciones, lo que presupone que este modelo está presente en todos los rincones del planeta.

Pero no es así. En muchas naciones, las elecciones son realmente plebiscitos convocados para mantener en el poder a una casta política y empresarial, que oculta sus verdaderos propósitos bajo un disfraz democrático, pero que no permite la consolidación de principios elementales como la igualdad, la libertad y la fraternidad, que debían servir de base para construir un ser humano mejor, más avanzado en lo moral, espiritual y cognitivo.

Parece que hemos desechado convertirnos en mejores seres vivos, para circunscribir nuestro avance a lo puramente tecnológico, a disponer de un teléfono móvil 4G (cuando en la mayoría de los lugares no existe esa cobertura) y de una gran capacidad de descarga de contenidos para el entretenimiento.

¿Y para qué tenemos que estar entretenidos? Pues simplemente para no buscar mejores fórmulas de convivencia y de equidad; para atemperar nuestros exaltados ánimos ante las continuas injusticias que se producen a nuestro alrededor y para que en las siguientes elecciones volvamos a escoger entre lo malo o lo peor, para luego tener que aceptar, como irremediable, lo terrible: la destrucción del bienestar colectivo que, entre todos, habíamos construido, pero que habíamos dejado de cuidar y de mantener con el mismo esfuerzo con el que lo habíamos constituido.

Así, decisión tras decisión, estaríamos equivocando el rumbo y encaminándonos hacia una sociedad más cruel, sin oportunidades para quienes quieran esforzarse colaborando en vez de compitiendo, compartiendo en vez de acaparando. Donde el valor del trabajo sea insignificante, mientras que el valor del dinero determine todas nuestras opciones de futuro.

Aunque siempre habrá alguna individualidad o colectividad que consiga romper el insolidario cerco invisible que se está creando a nuestro alrededor y que será presentada no como la excepción que confirma la regla, sino como el ejemplo que todo sigue igual y que nada ha cambiado en lo esencial, tras las múltiples reformas y recortes.

Así podremos seguir creyendo firmemente que nuestro futuro lo elegimos nosotros y no las élites, que ya han acordado democráticamente (con o sin nuestro voto) que, si no consumimos lo que ellas quieren y como ellas quieren, no debemos formar parte de 'su' sociedad democrática y, por tanto, pueden ejercer el derecho a exterminarnos física, intelectual o virtualmente.

Y han comenzando por los molestos periodistas, la mayoría actualmente en situación de desempleo, pero que todavía tratan de mantener viva la apagada llama de la libertad de expresión, por si alguien pudiera interesarle, como noticia previsiblemente cotidiana, el prolongado sufrimiento de cada vez más amplias capas de la población.

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