Garafia guañac: Pirámide social

Siempre consideré que la sociedad se estructuraba en forma de pirámide. Quizá esta percepción sea consecuencia de que algunos colectivos se organizaban de esa manera, que supongo entendían como la más eficaz en la consecución de sus objetivos. Son los casos del ejército, de la administración pública y de muchas grandes empresas.

Pero si observamos con detenimiento lo que sucede en la actualidad, me asaltan dudas sobre si este modelo sigue vigente. No se aprecia bien lo que sucede en las alturas, quizá porque en los últimos escalones de la pirámide se acumulan las nubes o el humo, porque desde abajo no llegamos a atisbar que clase de partículas ocultan lo que ocurre más arriba. Aunque también podría tratarse de polvo de obra, procedente de las reformas que se están llevando a cabo en la cúspide, ya que el espacio en esa zona es cada vez más reducido cuanto más subimos.

Igual quienes habitan en los últimos niveles hayan decidido construir volados, para disponer de más metros cuadrados en el plano horizontal y perpetuarse en la cúspide tanto ellos como sus familiares, dificultando una regeneración social imprescindible para no volver a caer en errores históricos de otras épocas, que acabaron en innecesarios derramamientos de sangre.

Pero visto el deterioro exterior de las diferentes capas de la pirámide, da la impresión de que la reforma es de mayor calado y los pedazos que caen como escombros sobre el suelo sugieren un profundo cambio de estructura social.

Puede que el interior de la pirámide, otrora acogedora y dispensadora de múltiples y protectores servicios, se esté edificando una gruesa columna hueca, en cuyo interior sólo hay espacio para un ascensor y una larga escalera de caracol, imprescindible para sostener durante muchas generaciones lo que se está construyendo arriba.

Y sólo será cuestión de tiempo que toda la parte media y baja de la pirámide se venga abajo por falta de mantenimiento y sustentación, para que lo que ocupe su lugar sea una torre como las de telecomunicaciones que se erigen en las grandes ciudades, similar al pirulí de Madrid, dejándonos a todos los que nos cobijábamos en la pirámide a la intemperie, mientras los de arriba permanecen bien pertrechados en sus renovados y ampliados aposentos.

Ojalá que esta percepción sea fruto de mis temores y no la cruda realidad que nos espera, porque todo lo que construimos hoy en día es fruto del esfuerzo colectivo y debería ser compartido y no disfrutado tan sólo por unos pocos.

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