Acanon maragoguin: Mil años



Hace unos días, el físico Stephen Hawking intervino dentro del Festival Starmus celebrado Tenerife y La Palma, para apoyar los viajes espaciales y la investigación del cosmos, porque considera que de ello depende el futuro de la humanidad, ya que no cree que podamos sobrevivir otros mil años sin escapar "más allá de nuestro frágil planeta".

Este mensaje, en el caso de que el robot que lo pronunció en su nombre no se equivocara, me deja preocupado: qué un científico de su prestigio no crea que el ser humano pueda seguir viviendo en este planeta más allá de otros mil años dice muy poco de nuestra especie, la cual, desde el punto de vista evolutivo, tampoco lleva tanto tiempo sobre la Tierra.

A lo largo de miles de años hemos modelado la naturaleza a nuestro gusto, quemando paisajes selváticos para convertirlos en praderas, dehesas y sabanas. En algunos casos se nos fue la mano de manera persistente y creamos desiertos inhóspitos, en los que sólo sobreviven seres muy resistentes y bien adaptados a condiciones climáticas extremas, en espera de que éstas cambien y puedan prosperar en mejores circunstancias.

Todo parecía más o menos controlado hasta que inventamos el motor de combustión, un mecanismo capaz de transformar en movimiento la energía procedente del calor. Y eso nos permite trasladarnos y transportar cualquier cosa más rápidamente, por tierra, mar y aire, tanto lo bueno como lo malo, y sólo a las guerras del último siglo y medio me remito.

El caso es existe un consenso total entre los científicos que la generalización de ese avance tecnológico ha ocasionado un grave problema medioambiental durante las últimas décadas debido al calentamiento global del planeta, pero también contamos con los conocimientos y las capacidades para revertir esa situación durante los próximos años, otra cosa es que nuestros dirigentes sean capaces de afrontar adecuadamente ese reto, lo que, de momento, no parece suceder.

¿En quién piensa Stephen Hawking cuando duda de que seamos capaces de mantener más de mil años sobre el planeta no sólo nuestra civilización sino la misma raza humana? ¿Acaso no cree capaz de gestionar nuestro futuro a las élites políticas, sociales y empresariales? ¿No confía en que los científicos aporten a tiempo soluciones a los problemas medioambientales que van surgiendo? ¿Quizá advierte en el género humano defectos insalvables para su prosperidad?

Probablemente el colectivo mejor parado en la resolución de este complejo asunto sea el científico, aunque también esté constituido por humanos, por lo que no son seres perfectos y pueden equivocarse. Las élites hasta ahora se han revelado como principales defensoras de la codicia frente a otros principios más incómodos e impulsan a que en la mayoría de territorios el común de los mortales se comporte como una plaga de difícil erradicación, agotando los recursos naturales a su alcance y transformando el pan de hoy en el hambre del mañana.

Resulta difícil convencer a una población que ronda los 7.500 millones de habitantes que no tendríamos que ser tantos y que de seguir así, naciendo tres nuevos niños por cada persona que fallece, vamos camino del desastre, de convertirnos en la peor versión del género humano.

Lo terrible es que la mayoría de esa población no cree en los científicos, ni en sus teorías más o menos acertadas, ni saben que existen. La mayoría de esta gente cree en los pajaritos preñados (que no digo yo que no existan en el futuro, fruto de mutaciones) que les cuentan unas religiones de mensaje ambiguo, pero cuyos textos o tradiciones orales son interpretados como un dogma de fe irrefutable, por el que merece la pena ser esclavo, matar o morir, porque tienen la absoluta certeza de que nos vamos a reencarnar en un ser mejor o hay otra vida más allá del planeta Tierra, un paraíso al que sólo van los elegidos, los mejores a la hora de sacrificarse y que se encuentra en otra dimensión o en un lugar indefinido del espacio-tiempo.

A mí, con todos sus defectos, este planeta me parece, comparado con lo que conocemos a nuestro alrededor en el Sistema Solar y la Vía Láctea, un auténtico paraíso, lo que desconozco es el interés de tantos individuos en convertirlo en un completo infierno y no preservarlo como lo que es. Y la muerte de cada uno de nosotros no debería ser el tránsito a una vida mejor, sino el inevitable y apropiado final de una vida plena.

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