Helagualen: Argumentos

A pocos días de celebrarse unas nuevas elecciones generales, seis meses después de una anterior convocatoria que resultó inútil para conseguir un acuerdo entre partidos para elegir un nuevo gobierno, me siento desolado.

La inteligencia parece haber huido de las mentes de los directores de campaña y candidatos de las formaciones que obtuvieron más votos en los comicios precedentes, por lo que veo y escucho a través de los medios de comunicación.

A veces, incluso creo que han equivocado los papeles o los partidos, de manera que en lugar de hacer campaña para pedir votos para su formación y candidatos los están solicitando para sus principales adversarios, porque los citan, de manera tanto directa como metafórica, más que a los propios, sus propuestas y programas electorales.

Sospecho que detrás de esa estrategia se encuentra un perverso objetivo: disuadir a quienes ya ha decidido votarles de que lo hagan para que pasen a engrosar las filas del grupo de indecisos, para que en un futuro no muy lejano puedan organizarse, crear un partido político (el PI, Partido Indeciso) y alcanzar en las próximas elecciones la mayoría absoluta en el Congreso y el Senado, formar gobierno y gestionar la mayoría de las instituciones.

Un gobierno del PI tendría las mismas ventajas que cualquier otro con algún tipo de ideología, pero sin algunos de sus inconvenientes, y podría ser transversal, que es lo que no han conseguido en estos últimos meses tanto los partidos tradicionales como los nuevos, que han trazado tantas líneas rojas, que el escenario negociador se parecía bastante a alguna secuencia de películas de acción del tipo 'Misión Imposible' o '007', sólo que aquí no resultaba posible tampoco que el agente-candidato a presidente se descolgase por el techo para sentarse en el sillón.

El PI no tendría que hacer promesas de incierto cumplimiento, ni elaborar un programa electoral, porque estas tareas suponen un importante esfuerzo mental y requieren de un tiempo que se malgasta innecesariamente, ya que luego pasan a no tener ninguna traslación a la realidad o trascendencia práctica. Por ahí comenzaríamos ya a ahorrar algo.

Tampoco tendría que formular acusaciones infundadas sobre los rivales, ni mentir descaradamente sobre los datos macro y microeconómicos recabados por expertos más o menos independientes. El PI dudaría de todo, no esperaría recibir ninguna buena o mala herencia, sino que afrontaría el futuro con todo el escepticismo y realismo que generan los mercados globalmente conectados y el progresivo calentamiento, también global, del planeta.

El ideario del nuevo partido sería muy simple: como durante los últimos seis meses todo ha seguido más o menos igual que con un gobierno con todas sus atribuciones, el PI, una vez instalado en las instituciones, despachará los asuntos ordinarios como haría cualquier gobierno en funciones y, cuando no tuviera claro qué hacer o qué rumbo tomar, consultaría las posibles opciones con el electorado en referéndum. Si no existe problema en convocar elecciones cada seis meses (y algunos ya amenazan con una tercera convocatoria si todo acaba como predicen las encuestas), ¿por qué no ir a las urnas de forma periódica para que sean los ciudadanos los que decidan directamente sobre las cuestiones legislativas que hasta ahora se debatían y aprobaban sólo en los parlamentos?

A falta de una semana para los comicios del 26 de junio de 2016, las campañas de los principales partidos que aspiran a formar gobierno me parecen decepcionantes: ni ofrecen argumentos medianamente interesantes, ni son capaces de estimular sentimientos positivos en los votantes.


Pero más allá del fracaso en la confrontación de programas e ideas, esta campaña electoral pasará a la historia por dos originales ocurrencias procedentes de formaciones que se consideran polos opuestos: El PP puso ritmo de baile latino a su himno, mientras que la coalición Unidos Podemos editó su programa con el mismo formato de un popular catálogo de una conocida cadena sueca de tiendas de muebles y enseres para el hogar.

Toda una declaración de intenciones: unos quieren que bailemos al son que nos tocan, pero los propósitos de los otros resultan más dudosos: o quieren amueblarnos la cabeza (lo que puede resultar hasta peligroso), o volvernos locos montando y desmontando las piezas de un nuevo mobiliario que decore esta democracia alicatada con una vistosa cerámica, pero que oculta una maraña de cañerías tan ocultas como innecesarias, instaladas por los gobiernos anteriores y cuyo uso o abandono no deja de desprender un fétido olor, cada vez menos soportable.

En mi modesta opinión, lo que necesita este país no es una nueva decoración, sino una profunda reforma, porque hay elementos de la estructura que no parecen fiables, como si hubieran sido construidos deprisa y con malos materiales, como sucedió con muchas viviendas sociales de las décadas de los 60 y 70. Si nos limitamos a tapar grietas y pintar, mejoraremos el aspecto del edificio, pero no llegaremos a descubrir si los cimientos, las columnas, las paredes o los techos están afectados por aluminosis. Y sería bueno saberlo antes de que todo se derrumbe, sobre todo para evitar víctimas inocentes.

Comentarios

Entradas populares