Haratail: Riesgo (elegir sin mirar)

El riesgo forma parte de la vida. El primer grupo de bacterias que consiguió adaptarse a las condiciones del planeta podía haber fracasado, como también los primeros seres que abandonaron el mar para asentarse en la tierra. Pero tuvieron éxito y gracias a ellos hoy podemos decir que estamos aquí.

El homo sapiens también estuvo a punto de desaparecer hace unas decenas de miles de años, pero consiguió superar las dificultades extremas a que estuvo sometido y convertirse en la especie dominante del planeta. Por tanto, no sólo tenemos que convivir con el riesgo, sino que somos el resultado de apuestas arriesgadas que consiguieron triunfar.

En las últimas décadas se nos inculcó la idea de que la civilización que hemos construido atenuaba los riesgos, que el entramado social protegía al individuo y le proporcionaba cierto bienestar, a cambio de un trabajo estable y de aceptar cierta tutela institucional.

Pero ese pacto, rubricado en constituciones vaciadas de contenido por sucesivos acontecimientos, se rompió hace años de manera unilateral, por parte de los gestores de las instituciones creadas para apoyarnos. A simple vista, parece que la caída del muro de Berlín y de las dictaduras del proletariado de Europa del Este acabaron también con las estructuras solidarias que funcionaban para asistir al conjunto de la población.

Ya nada es seguro ni estable para nadie: Ni el trabajo, ni el salario, ni el horario, ni los contratos firmados, ni la sanidad, ni la educación, ni los servicios sociales, ni los derechos, salvo el relativo a guardar silencio, porque todo lo que manifestemos podrá ser utilizado en nuestra contra. Parece como si, de forma colectiva, nos hubieran detenido preventivamente, por sospechosos de ejercer una libertad heredada de anteriores generaciones, pero no conquistada por las actuales.

Todo parece indicar que, en materia de libertades y derechos, tenemos que volver a empezar de cero en algunos ámbitos, como comienza cada siglo o cada milenio, y repetir conflictos que tendrían que haber quedado resueltos hace bastante tiempo, pero que regresan de forma cíclica, quizá porque quienes los provocan desconocen la historia que sus antepasados dictaron y que los demás estamos obligados a aprender y aprobar, si queremos ser culturalmente aceptados.

La ignorancia actual de las élites resulta sobrecogedora, porque ya son unas cuantas las civilizaciones transcurridas y fracasadas por la ineptitud de sus dirigentes. El saber acumulado por las experiencias precedentes debería guiar las acciones del futuro, pero parece que tanta información confunde a los responsables, que prefieren guiarse por instintos o creencias, que ya demostraron su incapacidad para resolver situaciones complejas mediante decisiones sencillas, en vez de ofrecer vidas inocentes en sacrificio, a cambio de la benevolencia divina o de los mercados.

Hoy en día, para las personas corrientes, la única manera de protegerse contra las incertidumbres mundanas es contratar un seguro, aunque primero tienen que admitirte las compañías del ramo y éstas sólo arriesgan lo mínimo e imprescindible. Funcionan por estadísticas, por lo que si no entras dentro de los perfiles de menor riesgo, no les interesas. Y en el caso de que te acepten, si tienes un siniestro, o no te renuevan la póliza o te suben la prima hasta hacerla impagable para una economía doméstica.

El resultado es que la seguridad moderna se compra con dinero y quien no disponga del suficiente quedará desamparado y a merced de un destino que, según la ley de probabilidades, se ceba siempre en los más débiles, con lo que se pone en práctica la teoría de la selección natural enunciada en 1838 (aunque no la publicó hasta 1859) por Charles Darwin. Sólo que suponíamos que nuestra especie había superado esa etapa y que era capaz de diferenciarse del resto de los animales. Salvo que quienes atesoran más poder sean los más animales entre los humanos.

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