Taheleten: Lecturas

El verano parece un tiempo propicio para la lectura, sobre todo en época vacacional y fines de semana calurosos, que invitan a disfrutar de cierta tranquilidad en los momentos más tórridos, siempre que las obligaciones familiares o laborales lo permitan.

Cierto que estos meses resultan ideales para el contacto humano y para las compartir experiencias vitales, con quienes no solemos coincidir el resto del año, o cuando existe proximidad y confianza, pero la calidad de la conversación obliga a posponer lo trascendente, para un momento indeterminado, en un entorno más distendido.

Además, la televisión tampoco invita a perder el tiempo en los sonidos y luminiscencias programadas, con alguna honrosa excepción. Los contenidos se empobrecen aún más y los rostros habituales dejan paso a otros, que seguramente brillarían en otros contextos, pero, los escasamente originales e hiperclonados formatos actuales, apenas permiten atisbar personalidades creativas o futuras figuras del periodismo, como las que se forjaron en décadas pasadas, cuando los índices de audiencia no se manifestaban tan autoritarios, como si ahora este controvertido medio audiovisual estuviera preso de un nuevo modelo, más sofisticado, de dictadura.

En esos escasos momentos en los que podemos abrir las páginas de un libro, la narrativa suele ser el arte literario escogido por la mayoría de lectoras y lectores en cualquier época del año y este verano no iba a ser una excepción, como tampoco que las obras más leídas, o al menos vendidas, pertenezcan al género negro. Aunque existen alternativas, especialmente para las noches, si los mosquitos y otros insectos nocturnos no lo impiden.

La poesía resulta muy enriquecedora en torno a la media noche y entrada la madrugada, entre perseida y perseida, en los minutos que preceden al sueño. Los versos, su musicalidad o su simbolismo, pueden proporcionar un efecto balsámico o catártico, y pueden sugerir al inconsciente nuevas emociones y formas de entender o percibir la vida, el cosmos...

Sin embargo, existe otro género, el ensayo, que, desde la argumentación y el conocimiento, puede resultar muy interesante y enriquecedor, no sólo desde el punto de vista racional, sino también desde los sentimientos.

De todas las posibilidades bibliográficas, acepté la recomendación del editor Ánghel Morales y comencé a leer 'Los litófonos de Tenerife', de Francisco Javier García Miranda. Lo escrito me ha resultado esclarecedor en lo que se refiere a la musicalidad de la cultura guanche y cómo aquellas personas expresaban sus emociones.

El propio nombre de la comarca de Agache, donde el autor cita los primeros testimonios orales recogidos, hace alusión a esa presencia de 'piedras que hablan', 'piedras que cantan' o 'piedras con voz', como quiera interpretarse, donde aga expresa el concepto de boca o voz, mientas que che es la expresión utilizada para referirse a la piedra o a la tierra firme, en general.

Las mismas palabras guanches expresan una gran musicalidad, lo que puede ofrecernos una idea de una cultura y una sociedad emocionalmente evolucionada, pero tecnológicamente limitada a los recursos naturales insulares y a la imposibilidad de forjar metales con los que dotarse de herramientas, sobre las que sustentar un mayor progreso.

Sería comparable con el naufragio de una orquesta, o un grupo de música electrónica con sus correspondientes ingenieros de sonido, en una isla rocosa, de abundante vegetación, en la que habrían podido salvar sus vidas, pero no sus instrumentos.

¿A qué dedicarían su tiempo hasta que vinieran a rescatarlos? Y si no los rescataban ¿qué iban a enseñar a sus descendientes? ¿Y si, después de cientos, miles de años, los que les encontraron ignoraron su virtuosismo o cualidades y sólo mostraron interés por hacerlos esclavos, comerciar o someterlos a su voluntad?

La sociedad actual es heredera de aquella prodigiosa aptitud musical, lo que explica muchas cosas. Como la participativa y constante aportación popular en parrandas, bandas de música y efímeros grupos, de los que surgen grandes voces, grandes intérpretes, grandes compositores...

También explica que un afamado director de orquesta del otro lado del Atlántico, ya tristemente desaparecido, lo dejara todo, se cambiara el nombre y viniera a vivir a Tenerife, una isla que le inspiraba. Como también se quedara prendado de esta tierra el instrumentista británico Mike Oldfield, que compuso 'Mount Teide', donde fusiona sonidos electrónicos con algunos ritmos ancestrales, tanto propios del Archipiélago como de otras culturas europeas.

Música, inspiración, piedras que hablan, piedras que cantan, piedras que silban, piedras que susurran...

Son nuestras piedras. ¿O somos nosotros los que pertenecemos a esas piedras?

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